una excelente exposición de obras de Eduardo Chillida (Donostia 1924-2002), pertenecientes a la Colección Telefónica, recientemente inaugurada por Felipe VI e instalada en el caserío Zabalaga de Hernani, viene a completar la serie de homenajes que se celebran este año con motivo del centenario de su nacimiento.

Esculturas de todos sus períodos, en piedra, tierra chamota, alabastro, hierro y acero corten, así como gravitaciones en papel, de excelente factura, y que denotan el sabio ojo de las “curaitors” que las adquirieron en los años 80, son un buen ejemplo de una de las políticas corporativas más inteligentes de las fundaciones artísticas del Estado español de las últimas décadas.

Dieciocho esculturas y gravitaciones, todas ellas de momentos estelares de su producción, excelentes en sus acabados, y con un montaje expositivo exquisito, son una de las mejores muestras que pueden contemplarse hoy en Donostia. Todo un lujo para la ciudad y sus habitantes, y para los muchos visitantes que hoy gozan en sus verdes campas, donde habitan esculturas de gran tamaño de la producción del propio artista.

La planta baja del caserío se abre con una colección de obras que van desde el Homenaje a Fleming (1955), primera versión en piedra, pasando por un conjunto de esculturas que van de la década de los 80 hasta el 2000: Mendi huts (1984), Mesa de Omar Khayyam III (1985), pieza monumental; Hiru burni (1986), Dow tow II (1986), Homenaje a Juan Gris (1987), todas ellas en acero corten; Harri V (1993), Lurra (1994), y la transparente Gurutz VIII (2000) de alabastro, que cierra esta planta. En ellas se advierten repertorios iconográficos tomados de tradiciones autóctonas, europeas y orientales, así como un enorme respeto por los propios materiales. En toda su producción podemos observar la tensión entre lo recto y lo curvo, lo pleno y lo vacío, la materia y el espíritu, la inmanencia y la trascendencia de la que supo dotar de manera natural y plena a toda su obra.

Pero es el primer piso donde en su sala central se produce una conjunción de astros, mágica y sorprendente, y se muestra un conjunto de obras de lo más exquisito y notable de la producción chillidiana: La casa de Juan Sebastián Bach (1981), La casa de Hokusai (1981), escultura joya, obra cumbre, homenaje a la cultura japonesa y románica; Elogio del vacío (1083) y La casa de Goethe (1988), componen un pequeño santuario, grandioso en sus pequeños formatos, y que denota la delicadeza caligráfica y gran capacidad espacial del gran místico que habitaba en Eduardo Chillida.

Gure Aitaren etxea (1983), Homenaje a la mar (1984), Topos (1984) y la arquitectónica Topos. Estela VII (1985) completan el ala derecha.

La muestra se cierra con un magnífico conjunto de Gravitaciones en papel, tinta y lápiz, de las décadas de los 80 y 90, así como tres magníficas Lurras y un Óxido pertenecientes a la propia Fundación Chillida. Ocasión única de poderse ver los fondos excelentes de una de las colecciones corporativas más inteligentes del Estado español.