Es habitual leer y oír este término cuando se trata de enfrentar un problema recurrente y extenso en una institución, en un sector económico o en la sociedad en general. Lo oímos ahora en relación con el turismo, sus problemas y el cambio de modelo que necesita. Hace unos meses nos referíamos al cambio de modelo en las residencias o en los sistemas de salud. También se airean cambios necesarios en los modelos educativos, migratorios e incluso en el modelo productivo, que necesita un cambio profundo en busca de una mayor productividad que asegure mejoras sostenidas en los salarios. Esta expresión “cambio de modelo” se usa indebidamente, pues detrás de su anuncio apenas encontramos cambios sustanciales referidos al modelo vigente. Son casi siempre modificaciones en ciertos parámetros, aspectos parciales de pagos, limitaciones de ciertos usos, o nuevas reglas de gestión con sanciones económicas por incumplimiento para los usuarios o los proveedores de productos o servicios.

¿Pero qué es entonces un cambio de modelo? Cualquier organización, sea pública o privada, está construida sobre unos principios o fundamentos manifestados en la visión y los valores, que definen su orientación y comportamientos. Sobre esta visión general se concretan las acciones dotándolas de unas leyes o normas, procesos y métodos de trabajo de acuerdo a una organización. Esta consiste en una estructura formada por personas, equipos, departamentos y diversos comités que desarrollan unas tareas operativas y de gestión a cargo de personas y medios tecnológicos.

Cambiar el modelo es repensar lo primero –los principios– para darles un reenfoque diferencial que suponga importantes ventajas sobre el modelo anterior, y para ello se requiere cambiar profundamente los componentes y niveles de la organización, las competencias personales y los sistemas tecnológicos. Un cambio de modelo es un cambio de prioridades –lo importante muta– y exige empezar a hablar de nuevos términos. No hay cambio de modelo sin conceptos nuevos y sin nuevas estructuras que dan forma al cambio. Por ejemplo, ahora nos agobia una crisis en la disponibilidad de viviendas asequibles cuyo origen está en motivos diversos: escasez de vivienda pública, reducción del número convivientes, demanda temporal turística, encarecimiento de costes de construcción, etc.

Hablar de cambio de modelo en la vivienda supone dar un vuelco radical al coste unitario y a su disponibilidad, introduciendo un nuevo concepto de vivienda para un periodo concreto de la vida –por ejemplo– la vivienda móvil (sin cimientos). Puede dar cobertura a un mercado para colectivos específicos como estudiantes, jóvenes emancipados, trabajadores desplazados, turistas, etc. La vivienda móvil cuesta por metro cuadrado entre dos y tres veces menos que la fija, y su disponibilidad es mucho más rápida, versátil y flexible. No requiere suelo urbanizable y podrían habilitarse estos espacios en terrenos no urbanos junto a universidades, zonas deportivas, cerca de nodos de transporte público que conecten con frecuencia con las ciudades grandes y pequeñas. Hablar de un alquiler de hasta 300€ al mes posibilita concebir otros modelos de disponibilidad de vivienda, tema que merecería la pena abordar con celeridad.

En Estados Unidos una de cada 20 personas habita en este régimen. Dos millones de estos hogares en España frente a los 18 millones actualmente existentes, podrían destensar el mercado y activar otros modelos residenciales con futuro. “Todo es móvil menos la vivienda” es el resumen de un cambio de modelo en este derecho social, el derecho a una vivienda digna.

Como se aprecia -en este ejemplo- cambiar de modelo es reconcebir la realidad con nuevos conceptos e ingredientes que deben ser acotados y regulados, pero partiendo de otros principios para resolver los problemas. Sin duda un nuevo modelo no está exento de problemas pero permite dar respuestas innovadoras que alimenten un cambio que durará en el tiempo. En un cambio de modelo es necesario reconcebir las cosas desde el supuesto de que muchas palabras que empiezan por “pre” van a ser cambiadas y reordenadas en importancia.

Para empezar los prejuicios. Cuando pensamos en una vivienda todos pensamos en un portal con una escalera y ascensor, con pisos y manos de viviendas familiares. Presuponemos que está en una zona urbana y con un registro de permisos administrativos en vigor, eso sí, con unos cimientos y como es lógico construida para una duración mínima de 100 años. De ahí la necesidad de planes urbanísticos y por ello acuerdos políticos. En el cambio de modelo lo económico y los tiempos de ejecución deben cambiar. Hay que pensar también en que los costes -presupuestos- pueden ser de otra dimensión para todos. Los que alquilan, los que construyen, los que gestionan ciudades móviles y los municipios con sus ingresos de habitabilidad ven cambiar sus costes e ingresos. Una división por tres de los costes unitarios de construcción y de alquiler da para mucha transformación de los presupuestos públicos y privados: “gastar más del 30% del ingreso familiar en vivienda es peligroso y pasar al 10% sería una gran solución”. Pensar que el orden de magnitud del coste de un coche eléctrico sea equivalente al de una vivienda digna, es para reflexionar sobre las decisiones vinculadas de vivienda y movilidad. Lo previsto en la movilidad de la vida de la gente, como la emancipación y otras circunstancias, pueden aumentar de flexibilidad al no asociar la vivienda con un anclaje territorial.

En la vivienda el cambio de modelo no es una ayuda para un alquiler carísimo, que sigue muy caro a pesar de la ayuda, y que perpetúa el problema de base. Reestructurar –que es lo que se hace– es necesario, pero no lo podemos llamar “cambio de modelo”. Tampoco es cambio de modelo en el ámbito laboral mejorar capacidades incorporando planes de formación o certificaciones para ganar en seguridad y solvencia en sectores poco normalizados. Esto se llama revitalizar y también es imprescindible dentro de los planes de mejora, siempre necesarios a medio plazo.

En el cambio de modelo también se ven afectados otros “pre” como los preámbulos de las leyes y los términos con los que entendemos los conceptos y contratos. Una vivienda digna debiera estar también representada por viviendas móviles de entre 50 y 100m2, con sus espacios verdes particulares y colectivos, con unas instalaciones avanzadas en climatización, higiene, comunicaciones y energía. Cuando se escribió la Constitución seguramente no era así. La posibilidad de disponer de espacios colectivos de ocio, deporte, restauración y otros puede competir con muchos casos de viviendas urbanas, envejecidas o de vecindario conflictivo. Además, la vivienda móvil sobre espacios no urbanos o semiurbanos permite la contribución a la extensión del transporte público colectivo –sostenibilidad ambiental– y a la mayor habitabilidad de espacios rurales en la proximidad de los medios de transporte -actualmente operativos- que llamamos de cercanías.

Cuando nos digan que la solución es un cambio de modelo, debemos preguntar sobre qué cambios se concreta y qué conceptos nuevos van a sobrevolar lo existente para dar otra dinámica a la superación de los problemas y de los límites en los que el sistema actual se ha estancado. Lo notaremos cuando cambien los presupuestos y dejemos de financiar los abusos del antiguo modelo. Lo notaremos si las prioridades de lo importante cambian en beneficio de nuevos conceptos. Insistamos, pues importa mucho que no nos den gato por liebre. Lo notaremos también cuando el talento disponible se estructure de otra manera para acercar los servicios a las personas. Veremos también que otros sectores verán abrirse oportunidades de empleo y negocios ante el cambio de modelo.

Un cambio de modelo no se hace en un día ni en un lustro. Requiere implantaciones piloto fuera de las reglas vigentes para demostrar su viabilidad, aprender y dar forma a un camino de estrangulamiento del problema vigente hacia un espacio mejor, resolviendo otros problemas con el apoyo de nuevas tecnologías que operarán fácilmente sobre los nuevos conceptos. Posiblemente estamos en una época donde los cambios de modelo son más necesarios que nunca, pero no llegamos a ellos porque las pequeñas reformas se disfrazan de otros nombres: cambio de modelo, estrategias, programas, planes, objetivos y retos. Con ello dejamos pasar las oportunidades de rehacer, lo que fue avance en su día, y hoy está obsoleto o cargado de prejuicios, problemas e inconsistencias, para asentar los nuevos cimientos de otro futuro sobre un necesario modelo de cambio y un cambio de modelo real. Ingeniero industrial. Doctor en Organización