Los partidos políticos no dejan de recibir críticas, la mayor parte merecidas, debido a lo alejados que están sus dirigentes de la realidad. Las redes sociales han contribuido a ello: el tiempo que antes estaban interactuando, como dicen ahora, con la “ciudadanía” lo ocupan en cuidar su imagen y en mandar mensajes mediante canales donde cuenta más la emoción que el contenido. Un ejemplo claro lo vemos en las elecciones gallegas: la campaña comenzó con el asunto de los pellets y se fue modulando hasta llegar a los temas habituales. Cuando se capta un error o contradicción en un eslogan, el rival se lanza a por todas. ¿Cómo se explica? Es una cuestión de comportamiento humano: los votantes desean ideas claras y fijas, aunque eso sea un absurdo ya que el mundo evoluciona. No deja de cambiar.

¿Cómo percibimos a los partidos políticos, independientemente de nuestra ideología? Demasiadas veces se tiene la sensación de que están colonizados por arribistas cuyo mayor mérito es llevar mucho tiempo en el partido o tener la amistad adecuada. A partir de ahí el objetivo es permanecer en el puesto sea como sea ya que la mayor parte de las veces no hay alternativa. Y si la hay, pueden surgir problemas. En caso de duda, preguntar a Alberto Garzón, antiguo dirigente de Izquierda Unida y exministro de Consumo. La presión de sus antiguos compañeros le ha hecho renunciar a incorporarse a la consultoría de José Blanco, exministro de Fomento por el PSOE. Es complicado: ¿cómo entrar en el sector privado sin ser acusado de usar las puertas giratorias? Es un problema irresoluble, ya que el mayor capital de antiguos altos cargos es la gran cantidad de contactos que ha hecho en el mundo de la política y el conocimiento de los resortes jurídicos necesarios para saber cómo ajustar la fiscalidad de una empresa o ejercer influencia sobre diversos tipos de regulaciones.

Si a todo lo anterior le añadimos el uso de la mentira y el hecho de que quien mueve “no sale en la foto”, tenemos un diagnóstico claro. Los partidos políticos funcionan con una gran jerarquía. Aunque es necesaria para evitar conflictos internos es también delicada ya que muchas veces su rigidez deviene en una dictadura encubierta.

¿Cuáles son las políticas que se proponen? Aquí es donde viene el drama: no hay debate alguno. Los temas de dominio público están siempre centrados en alguna polémica que nos lleva al blanco o el negro, a decir que los míos son buenos y los tuyos malos. Pues bien, eso es un drama social que tiene consecuencias. Un ejemplo claro: la productividad en España está estancada desde hace años. ¿A qué se debe? Existe un fundamento básico que nos permite prosperar como sociedad: la inversión. Si el dinero que ganamos lo usáramos solo para consumir, no habría mejora en la calidad de los bienes y servicios. Pero ahorramos. ¿Para qué? Lo principal, pagar la entrada de la vivienda habitual. Sin embargo, lo que permite nuestro desarrollo es canalizar todo ese dinero mediante los mercados e invertir en empresas.

Eso es lo que facilita la investigación, la innovación y los procesos de mejora. Hay otra opción para el ahorro que menospreciamos: se puede emprender para que el conocimiento adquirido sea rentable para todos. Pues bien, el gasto público en inversiones está disminuyendo en términos relativos.

Sin ir más lejos, Navarra dio un “gran salto adelante” con inversiones como la UPNA, la autovía de Leitzaran o el Canal de Navarra. ¿Y ahora? Las claves que mejor explican el desarrollo de una región son tres: sus infraestructuras, su competitividad empresarial y el dinamismo de su población. Se supone que el debate político debería establecer cómo usar nuestros recursos para lograr asentar las bases que permiten crecimiento y desarrollo. Pues nada de nada.

Hagamos un esfuerzo imaginativo y pensemos en las medidas que adoptaría un partido que buscase el bien común. No se trata de usar ocurrencias: se debe aprovechar el conocimiento que aporta la economía y la historia. Observando la realidad con unas gafas libres de ideologías y prejuicios, se proponen alternativas más sólidas.

A los políticos (todos) les interesa una economía socialista de bienestar de Estado. A la sociedad (toda) le interesa una economía liberal de Estado de bienestar. En este caso, se promovería el comunalismo o acción común de grupos que conocen el ámbito en el que se encuentran. Serían prioritarios la libertad de pensamiento y expresión, basada en una buena educación y prensa de calidad. Las leyes, sencillas y claras. No debería caber tanta interpretación subjetiva de las mismas. Los derechos, para las personas. No para los grupos que tengan más influencias.

¿Hay algún partido así?

Profesor de Economía de la conducta. UNED de Tudela