Existen en la Historia de la Medicina personajes inevitables, de obligada referencia, a pesar del paso del tiempo. Uno de ellos es el célebre médico inglés Thomas Sydenham (1624-1689), nacido en Wynford Eagle, Manor House (Dorset) hace 400 años. En 2024 nos preparamos para celebrar esta efeméride en la Facultad de Medicina y Enfermería de nuestra Universidad y en otras instituciones médicas.

Los sombrenombres de Hipócrates inglés o el de Shakespeare de la gota, tal como aún hoy se le cita en textos de Medicina Interna, pueden orientar las aportaciones de este excelente clínico que abrió nuevas orientaciones y paradigmas en la Medicina moderna, es decir, elevar a sistema racional la experiencia clínica ante el enfermo.

Tres aspectos fundamentales vertebran el pensamiento de nuestro clínico: el puritanismo en el que fue educado en el seno de una familia acomodada, el pensamiento filosófico de Bacon y el empirismo del que hizo gala, como su discípulo y médico el filósofo Locke, a quien le unió una estrecha amistad, y el científico R. Boyle.

En la peripecia vital de Sydenham existe, antes de llegar a la medicina, un periodo militar como capitán del ejército de Cromwell frente al rey Carlos I. Años en los que interrumpió sus iniciales estudios en Oxford que, tras el final de la guerra y la derrota de sus aspiraciones parlamentarias, retomó en 1645. Sus ideales políticos, enfrentados a la realeza, le conducirán, tras la Restauración Monárquica, al ostracismo del mundo médico inglés, retrasando su doctorado médico hasta 1676, en Cambridge, y luego afincándose en Londres (Pall Mall), ejerciendo y escribiendo con éxito sobre su profesión, lejos de los ámbitos oficiales, pero siendo muy apreciado por sus enfermos.

Cuentan que el médico y poeta Richard Blackmore le preguntó qué libro de medicina le recomendaría y Sydenham contestó que leyera El Quijote, respuesta sorprendente que venía a significar la inutilidad de la ciencia médica libresca de su época, repleta de conjeturas y tan alejada de la realidad de la clínica y del enfermo. Valoraba también en la obra de Cervantes la perspicacia del autor y su fina observación de la realidad. La misma que él ejercía ante el doliente. Cuentan, también, que el célebre médico holandés Boerhaave se descubría al nombrar al “divino Sydenham”.

El núcleo de su pensamiento médico se podría articular en torno a las siguientes palabras y nombres : neohipocratismo, especie morbosa, gota, enfermedades crónicas y agudas, epidemias y láudano.

Siguiendo, de algún modo, a Hipócrates, nuestro clínico describe las enfermedades sin hipótesis forzadas, relatando los síntomas y signos de cada dolencia en el paciente, que lucha, “Vis natura medicatrix”, para recobrar la salud.

Utiliza el concepto de “especia morbosa” como el de especie botánica, todas las plantas se asemejan pero son distintas, como las enfermedades, con signos constantes o patognomónicos y los adventicios, más aleatorios. Diferenció las enfermedades agudas de las crónicas y las causas de las mismas, externas o internas, estacionales o ligadas a los aires, aguas y lugares (hipocrático).

De la patología especial destacan sus monografías sobre las epidemias que asolan Londres en su época, la sífilis, el estudio sobre la histeria y, sobre todo, nos ha llegado su descripción clínica de la gota aguda o podagra, que él mismo sufrió. Ese breve texto es una joya de semiología clínica que se repite en los actuales libros de medicina interna. Los reumatólogos lo conocen bien.

Un tipo de trastorno neurológico, la Corea, lleva su nombre, Corea de Sydenham, así como un derivado del opio que él creó para mitagar el dolor tiene su nombre como epónimo, Láudano de Sydenham, y la recomendación de utilizar la “quina” del Perú o “polvos de los Jesuitas” contra la malaria o fiebres tercianas, rechazada por los protestantes ingleses al propagarla los jesuitas.

Con 65 años falleció en su residencia londinense, el 31 de diciembre de 1689, y fue enterrado en su parroquia de St. James Church Piccadilly, recién construida por Wren y consagrada en 1685. En 1810, el Real Colegio de Médicos colocó una placa en latín al “Medicus in omne aevum nobilis”. Profesor titular numerario de Historia de la Medicina en la UPV/EHU