En la lotería me han tocado 100 euros. Me gusta pensar que los que hemos adquirido el décimo en el kiosko de Nacho somos quienes seguimos comprando los periódicos a diario. Necesitamos papel para verificar que el mundo sigue dando vueltas.

Da vueltas, mientras soñamos que dentro de una caja dorada y roja, con lazos, se guardan los caprichos secretos más deseados. Abrir un tapón de cristal y subir al cielo como un ángel con alas blancas, es más fácil que te roce el gordo. Somos tan ingenuos, tanto, que podemos creer las más disparatadas posibilidades del pensamiento. Hasta el genio de Aladino se esconde en esa pequeña lámpara transparente. El aire se llena, según la marca, de diminutas estrellas. Una de las locas y febriles ocurrencias de nuestra cabeza es volar. Sí, volar con la elegancia de una gaviota. Nadar entre nubes blancas y azules en la ingravidez que permiten las plumas. También cabe, con unas gotas orientales, el hechizo de lanzarnos al fondo del mar desde un acantilado en un suspiro de amor. Si probamos todas –todas– las colonias del mercado, todas nos prometerán el gramo de locura del enamoramiento. El amor, esa palabra tan bonita y tan cursi, está a nuestro alcance. Las mujeres más fabulosas y los hombres más atractivos esperan a que demos vueltas a un artístico tapón. Lo abrimos y el aroma se expande por nuestro cuerpo, como un líquido misterioso y hechicero. Viajamos al país de Nunca Jamás y… ni vuela usted ni vuelo yo. La realidad es que ese olor no nos gusta, a pesar del estanque árabe o la música napolitana. La realidad vuelve a ser verdad al desenvolver el fantástico paquete. La publicidad nos hipnotiza el día a día de fascinación. Ni las mesas de fiestas de los famosos son reales, aunque tengan árboles, centro de flores y mesas espectaculares donde no caben más de cuatro. La auténtica verdad es que esos señores ni han preparado la decoración de su casa ni adornado la chimenea. Las fotos están hechas desde el verano.

Así es la vida. Lo cotidiano por unos segundos deja de ser real. No se desespere si no ha podido adquirir en estos días la felicidad. Hasta nos hacen dudar de la marca de café.

Regalar un libro. ¿Qué título elegir? La publicidad va entrando en el subconsciente hasta quedarse quieta y dubitativa en nuestra lista provisional. Puede escoger –los políticos lo tienen claro– la vida de su héroe o traidor, Pedro Sánchez, que adelanta veladas sesudas y cotilleos de alto nivel. Si buscamos más frivolidad –seguro que la vida del presidente nos trae al pairo–, y, como todo el mundo escribe un libro, en las librerías encontraremos consejos de los influencers del momento. Hay una oferta interminable, posturas caseras de Pilates, cómo mantenerse en forma sin esfuerzo, como hacerse rico durmiendo y lo que hay que hacer para estar siempre alegres. Los famosos televisivos se suman a las sugerencias y, hasta es posible que la novela –o lo que sea– esté bien escrita. Inevitable, el famoseo no garantiza calidad. Los Reyes Magos traen lo que encuentran delante y, a pesar de la buena voluntad, se pueden equivocar.

Delante de nuestros zapatos (salvo los niños), encontraremos lo que no necesitamos para nada. ¡Qué tiempos los de la corbata y el pañuelo de seda! Ya los caballeros no llevan traje ni las señoras fulares.

Me pregunto, igual que usted, por qué nos obligamos a regalar por regalar. En fin, podíamos seguir escribiendo tonterías –lógico del tiempo– sin acordarnos que fue el cumpleaños de Jesús, que Belén está desierto y la guerra sigue crucificando a inocentes, amigos y enemigos. El mundo está en guerra, cantamos villancicos -cada vez menos- y comemos turrón de chupa-chups, imaginando por unos segundos que somos pequeños y nos llevamos a casa la tienda de chuches.

En enero escribimos una nueva carta a los Reyes que se alarga 365 días. Volvemos a llenarla de buenos deseos y a poder ser que sea distinta a la de 2023. Intentemos poner metas fáciles. Fuera el mito de adelgazar, no fumar, ir al gimnasio y andar cinco kilómetros al día. Aceptemos con una sonrisa nuestra imperfección. Somos iguales hoy que ayer por mucho que cambiemos de calendario.

Lo que nos guste recibir –y dar– es una sonrisa que borre los fracasos del año. Hoy es ahora. Los papeles y cintas de regalo se van a la papelera como los matasuegras y gorros de Nochevieja. Todos lo primeros días de enero, pensamos lo mismo. El año que viene quizás podamos regalar un viaje al espacio. Inevitablemente estará en un frasco de perfume. Periodista y escritora