En todo el mundo occidental, el solsticio de invierno como época de regalos se asocia a una serie de personajes, siendo famosos Papá Noel, los Reyes Magos y, entre nosotros, Olentzero, que decimos era carbonero y, recientemente, su compañera Mari Domingui. La raíz está en un hecho natural, empieza a crecer la luz, al que la religión o, más en concreto, la fe cristiana llama Navidad, en la que se celebra el gran regalo de un Dios que ha querido compartir nuestra existencia humana. La creciente secularidad y pluralidad de nuestra sociedad llevan a una banalización de la dimensión religiosa, pero no pierde motivos para invitarnos al consumo sin medida.

1. Lo que no nos gusta

. A medida que se acercan las fechas de la Navidad y del fin de año, se oyen con más insistencia una serie de tópicos. Una gran mayoría, sobre todo las generaciones más jóvenes, sin referencia religiosa, las convierte en las vacaciones de invierno y cambio de año, a celebrarlas con el mayor derroche posible.

Se unen una situación ambiental con falta de ilusión, alegría y esperanza; a un horizonte nublado por el desencanto, la apatía y el miedo. Ello invita a muchos a buscar la satisfacción inmediata, pero estando blindados ante cualquier mensaje que no asegure el mayor disfrute material.

Los momentos en que se da la noche más larga y la oscuridad domina sobre la luz e influye sobre el ánimo, nos recuerdan el propio declive. Algunos, para olvidarse de ello, tienden al exceso, haciendo bueno el dicho: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”.

Por otra parte, en nuestras sociedades con mentalidad crematística la celebración se ha materializado con un culto al bienestar, hecho de consumo y desenfreno, de manera que lo que se ofrece es aquello que evade o hace sentirse privilegiado y diferente. Basta abrir los sentidos a los reclamos publicitarios o fijarse en la decoración del entorno. Se invita a vivir frívolamente, apelando al fácil sentimentalismo de ayuda al necesitado, para “justificar” el derroche y despilfarro. La ilusión que, ante el año nuevo, se ponía en un futuro mejor, ahora se va concretando en soñar con ganar un premio importante en la lotería.

“Es navidad”. Así lo pregonan los grandes centros comerciales, templos del consumo, y hasta esos pequeños puestos callejeros que forman parte del paisaje navideño, donde se puede encontrar de todo para hacer más “gustosas” las fiestas. La prensa saca suplementos con múltiples ideas de qué hacer y cómo vivir en estos días, si de forma clásica o moderna e, incluso, dónde viajar para huir de las tensiones propias de estos días, para aquellas personas alérgicas al espumillón, comidas pantagruélicas o la misma hipocresía de los encuentros forzados.

Los sentimientos de paz y mejor convivencia ganan teóricamente sobre los contrarios, pero se teme el encuentro familiar “obligado”, porque exige mantener las formas con algunas personas, representadas por la figura del “cuñado”, con quienes es difícil empatizar. Si Navidad supone alegría forzada, convencional ocasión para niñerías y gastos desmesurados, podemos decir que es el más diabólico invento de la sociedad de consumo.

2. Lo que sí nos gusta

. Cualquier persona, medianamente informada que se detenga a contemplar el panorama que presenta esta sociedad errática e individualista, que desprecia los firmes valores humanizadores y, por ello, comete crueles atentados contra los derechos humanos, se siente en la obligación de preguntarse por el sentido de una existencia así y si es posible el cambio a otra.

La Navidad evoca los más dulces recuerdos de la vida, sobre todo en lo que se refiere al calor familiar compartido; aunque para otros resulten momentos muy crueles, quizás por vivir una soledad no deseada. Suscita sentimientos de acogida a toda persona, aunque sea de diferente cultura, viendo en ella a un semejante con dignidad humana plena y no un mero objeto de uso y explotación. Invita a prestar ayuda desinteresada a quien lo está pasando peor o tiene una necesidad que cubrir.

Además, para el cristiano, la Navidad es un gran símbolo. El Hijo de Dios quiere nacer entre los más humildes y pobres, como plasmación del profundo anhelo del ser humano de superar la propia limitación, para llegar a la plenitud de lo ilimitado, que solo puede ser Dios.

Por ello, sin negar lo positivo de fomentar verdaderas relaciones humanas, únicamente será auténtica celebración navideña si se posibilita que nazca y arraigue en cada persona el amor que renueva el ser, la acogida y reconciliación con quien existe enfrentamiento, el decidido propósito de fraternizar con quienes están peor, aportando nuestra pequeña contribución en la lucha por la justicia y la paz.

Si no, estas fiestas serán una trágica mascarada, una farsa que destruye algo bello, noble y digno que ha aflorado en la humanidad. Bien está y bienvenida sea la alegría y la expansión que generan estos días en cada uno, pero no dejemos pasar la oportunidad de practicar en todo momento la “sobriedad compartida”, que la auténtica Navidad proclama y reclama. l

Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa