De un tiempo a esta parte, a medida que el eje franco-alemán muestra sus intenciones de reformas de la Unión Europea al resto de los socios comunitarios, encuentra un rechazo creciente, que en algunos casos es más que sonoro. Ser el grande supone la responsabilidad de liderar, pero también obliga a convencer de que tus ideas son las mejores para seguir construyendo el proyecto europeo. Algo que, además, debe hacerse de frente y por derecho, con transparencia, luz y taquígrafos. No como vienen haciendo Berlín y París desde hace unas semanas, con encuentros cuasi secretos, sin explicación, ni comparecencias de prensa, invitando a cenas palaciegas a unos cuantos jefes de gobierno para buscar aliados, con la absurda complicidad en forma de mayordomo ilustrado del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel.

Convencer no es imponer

La presidencia de turno checa hace un año mandó un documento a los Estados miembros para que se manifestaran a favor o en contra de la reforma de los tratados de la UE mediante una Convención o una CIG, Conferencia Intergubernamental. Ninguna de las capitales de los 27 se mostró a favor. Nadie consideró que Europa estuviera en condiciones de acometer un proceso tan complejo de cambio de gobernanza. Y también preguntó sobre las 67 pasarelas que existen en el Tratado vigente, el de Lisboa, para pasar decisiones por unanimidad a mayorías cualificadas. Sólo Francia y Alemania se mostraron a favor, ni uno solo de los demás Estados es partidario de hacerlo. Para franceses y alemanes, que juntos suman el 33% de los votos en el Consejo, granjearse el apoyo de otro 3% para llegar a esas mayorías puede resultar gratuito, pues, siempre habrá uno o dos pequeños países que se sumen a sus posiciones. Si así se produjeran las decisiones en los Consejos de ministros y en el de jefes de Gobierno, estaríamos ante un rodillo del directorio franco-alemán, basado en imponer sus intereses.

París y sus fórmulas

Para los inquilinos del Elíseo siempre ha sido una obsesión preocuparse más por el entramado institucional de la Unión que de las reformas necesarias para afrontar los problemas y los retos de la sociedad. Siempre han estado más preocupados con el continente que con el contenido, pues su prioridad estratégica es fabricar herramientas políticas y organismos para controlar las decisiones. Giscard fue el gran artista de esta forma de ser, pero Sarkozy o el propio Macron, con su Comunidad Política Europea, no se le han quedado a la zaga. En el fondo de este tic formalista está la intención de sacar adelante las propuestas que más benefician a los intereses de su país en cada momento, sólo teniendo en cuenta su circunstancia interna. Siendo, así las cosas, a la hora de negociar sus cuestiones prioritarias les sirve la fórmula de directorio franco-alemán, pues sólo se trata de respetar los deseos germanos para tener éxito en sus intenciones. Con mayorías cualificadas todo resulta más fácil para París.

Berlín y el control

Por su parte, los cancilleres alemanes, salvo en el lapso en que su necesidad era la reunificación de su país, son lineales en sus planteamientos: la UE no puede seguir creciendo en gasto presupuestario y en fondos de cohesión y lo único que hay que mantener y engrandecer es el mercado interior. Una versión actualizada de la “Europa de los mercaderes”. Por eso, lo que proponen es controlar más a la Comisión Europea, el verdadero motor de la UE, proponiendo una especie de tribunal, al igual que con la Corte de Luxemburgo, porque consideran que ambas instituciones comunitarias han ido demasiado lejos en sus políticas y sentencias. Francia y Alemania, con perfiles distintos, tienen el mismo objetivo: reducir el proyecto europeo a sus intereses particulares. No se trata de construir más y mejor Europa, sino de hacerla a su medida. Algo que empieza a chirriar en muchas capitales europeas y en lo que ya empieza a parecerse a una rebelión de los pequeños. El riesgo de la imposición del directorio franco-alemán es que están fomentando el crecimiento de los partidos ultranacionalistas en la UE, como el caso de Hungría, Holanda, Suecia, Finlandia, Eslovaquia y otros que vienen sumándose al rosario de europeos que se oponen a la cesión de más soberanía a Bruselas. Todo ello, a escasos meses de unas elecciones europeas que se presentan tan inciertas como arriesgadas en sus resultados para el futuro de Europa. l