Las proyecciones de diferentes centros en todo el mundo señalan que la población del planeta seguirá creciendo durante todo este siglo, pero solamente lo hará en África y algunos lugares de Asia, mientras que sufrirá una contracción en Europa, en Japón e incluso en China, que cede a India su puesto de nación más populosa del mundo.
Tal vez los economistas de nuestros países más avanzados consigan desarrollar un modelo de crecimiento en medio de una contracción económica, pero hasta ahora todos los modelos se basan en el aumento de población y apuntan a una pérdida de riqueza si los censos disminuyen.
En Estados Unidos, a pesar de ser el país más desarrollado del mundo, la bajada de población no aparece como problema económico en las proyecciones a pesar de que la fertilidad de las parejas norteamericanas es casi tan baja como la de Europa o Japón.
Es algo que a este lado del Atlántico se ha resuelto desde hace cuatro siglos atrayendo población de todo el mundo y se puede argumentar que el actual Gobierno norteamericano está haciendo lo mismo.
Al presidente Biden lo acusan sus rivales republicanos de permitir la entrada de millones de inmigrantes ilegales, lo que constituye un problema evidente e inmediato: miles de personas se hacinan en las fronteras mientras que lugares como Nueva York se ven literalmente invadidos por estos inmigrantes que llegan desde los estados fronterizos que, desbordados por estas llegadas los trasladan a quienes aseguran amar a los inmigrantes.
Muchos republicanos acusan a sus rivales demócratas de ir acumulando votos a largo plazo para su partido: los inmigrantes ilegales no pueden votar, pero tarde o temprano conseguirán la ciudadanía y los hijos que puedan tener en Estados Unidos, son automáticamente ciudadanos con derecho a votar 18 años más tarde.
Es un cálculo que probablemente han hecho muchos políticos del Partido Demócrata, tanto ahora como en épocas anteriores. Pero podría ser que Biden y su equipo tengan un horizonte más largo y traten simplemente de frenar el desgaste demográfico que aflige a casi todas las economías desarrolladas: si el país no produce bastante gente, la puede importar como hizo durante siglos, o como hace con mercancías de todo tipo.
En estos momentos, Estados Unidos tiene 344 millones de habitantes y se sitúa así en tercer lugar del mundo en cuanto a población. Las proyecciones indican que, al acabar el siglo, tendrá más de 400 millones, mientras que Europa habrá pasado de sus actuales 447 millones a menos de 420 en 2100.
La población blanca, mayoritaria desde la creación de EEUU, cuando representaba el 90%, irá descendiendo en proporción y pasará del 57% actual a menos de la mitad hacia 2045.
Para Estados Unidos, es una garantía de que tendrá consumidores para sus productores y obreros para sus industrias, pero si los demócratas creen que también tendrán automáticamente sus votos pueden llevarse un desengaño: sí es cierto que los recién llegados votan por su partido, pero a medida que se van integrando se acercan a la opción política que más les conviene y no es necesariamente la de los pobres y desarraigados.
Por otra parte, ambos partidos van cambiando de identidad: los demócratas se van convirtiendo en un grupo de élites intelectuales que miran desde su altura a las clases populares, mientras que los republicanos adoptan a las clases trabajadoras y son el partido populista, al que tal vez se sientan más atraídos estos nuevos americanos.
Porque una constante en este país es el cambio y la movilidad, tanto geográfica como ideológica, ya sea en lo que afecta a la cultura, el idioma o los planteamientos económicos.