En medio de un contexto internacional doloroso y sangriento, en estos últimos meses y posiblemente en los que vendrán, estamos inmersos en una situación social y política tensionada y enfrentada. Somos testigos de ello, aunque dejamos para otra ocasión el análisis de este contexto.

1. Referente a nuestra situación actual, son permanentes los llamamientos a la participación ciudadana, que muchas veces se concreta en celebraciones de asambleas, huelgas, manifestaciones y denuncias de todo género, a veces infundadas, en contra de una decisión que no se corresponde con la propia opinión. Como si todo estuviera mal y nada valiese. No vamos en contra de la actividad sindical o de oposición política, pues en todo Estado de Derecho y en cualquier democracia que se precie de ella, es necesario el control social y la autocrítica. Pero cuando la oposición se realiza sin serios argumentos, con una protesta continuada y callejera, sobre todo para desgastar al ejecutivo de turno en función de las próximas elecciones políticas, se está desvirtuando la acción política, no se busca el bien común de todos, ni se sirve a la verdad ni a la libertad de los ciudadanos. ¿Se puede decir, en ese caso, que la vida política está al servicio de las personas para organizar adecuadamente la convivencia en una sociedad plural? La participación en la vida pública es una de las formas más plenas de la democracia. Todavía no hace mucho tiempo, muchos de nosotros nos sabíamos importantes y creíamos hacer grandes cosas. El eco de la famosa frase “seamos realistas, pidamos lo imposible” invitaba al compromiso político y social. Ahora se habla de democracia devaluada, ciudadanos engañados, deslegitimando, incluso, las mismas instituciones públicas.

Pero, ¿cuál es el sentido, el contenido auténtico de lo que significa participación en la vida pública? Una cosa es la participación de todo el pueblo y otra la participación de una parte de ese pueblo, por estar adscrito a un partido, a un sindicato o a un grupo de presión.

Se apela a la participación, al trabajo en común, pero siempre desde los principios indiscutibles de esa parte del pueblo. Las instituciones públicas elegidas por todos no valen. Se reitera que “con los que piensan como nosotros se solucionarán todos los problemas porque nosotros somos el pueblo”, “gu gara herria”. Diálogo sí, pero desde nuestros presupuestos. Se olvida que la exigencia real del diálogo participativo y del consenso democrático pide una actitud de sinceridad y honestidad, especialmente en problemas complejos y de difícil solución.

Se pide colaboración y diálogo por parte de quienes han estado en todo momento en la negación, el enfrentamiento de cualquier presupuesto o proyecto social.

2. Para actuar bien en la vida social son necesarios algunos principios básicos. Así, por ejemplo, la conciencia, la participación, el diálogo y la colaboración exigen preparar a la opinión pública, deshacer equívocos, cercanía y ejemplaridad, tanto de los gestores públicos como de sus oponentes.

Además, la participación democrática como ideal político exige la aceptación unas reglas de juego que han sido acordadas entre todos para apoyar las acciones y proyectos bien realizados, así como denunciar y corregir las injusticias y las corrupciones.

A este respecto, conviene también señalar la dificultad que se presenta en la vida política y social, por una apelación permanente a cambios radicales, estructurales, sin haber pensado y valorado previamente las consecuencias sociales, económicas y políticas de tales cambios. No aceptamos ni un corformismo injusto, ni una utopía ideológica sin base real constatable.

Cuando se vive en un permanente enfrentamiento, criminalizando a todo oponente o grupo social, la participación política se convierte en un pulso permanente, ineficaz y agotador que no lleva a ningún sitio. Así no se construye la convivencia de ningún pueblo.

Si no se cumplen la serie de condiciones que hemos apuntado con anterioridad, aunque sean positivos los llamamientos al diálogo, al pacto y la colaboración, no sirven para otra cosa que para confirmarse en la propia ideología de los convocantes.

Por ello, volvemos a repetir esta exigencia fundamental: “Hace falta otra forma de pensar y relacionarnos”. Solo así la convivencia será una realidad gozosa para todos. Todavía en Euskal Herria tenemos un largo camino que recorrer, aunque algunos no quieran reconocerlo. l

Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa