No me he vuelto loco –aún–. Sé quién era el físico nuclear soviético y activista por el desarme y los derechos humanos Andrei Sajarov pero también que lo que simboliza trasciende géneros. De hecho, este año vuelve a ser una mujer la que recibe el reconocimiento anual del Parlamento Europeo con el premio que lleva el nombre del que fuera héroe de la URSS y acabaría siendo disidente del régimen.

Desde que se entregara a Nelson Mandela el primero de los Premios Sajarov, en 1989, quince mujeres o asociaciones de mujeres han sido acreedoras al mismo. Este año se ha concedido a título póstumo a Jina Mahsa Amini y al movimiento “Mujeres, Vida y Libertad” por su lucha en busca de la igualdad entre géneros en Irán. Amini murió víctima del régimen que ahora quiere ser voz de los oprimidos en Palestina. Los palestinos y quienes abogamos por sus derechos, a su libre determinación, deberíamos ser más celosos de su causa evitando dejarla en garras tan empapadas de sangre.

En Irán, mueren las mujeres que reclaman su derecho a no ser ciudadanas de segunda, a que les impongan cómo no ser libres pero sí dóciles mediante el vestir “decente”. Amina no quería ser emblema de nada pero su cuerpo apaleado hasta la muerte debería ocupar un espacio permanente en la memoria de la lucha por la igualdad. Junto a él, el de las mujeres palestinas bombardeadas por el ejército israelí, el de las mujeres hebreas tiroteadas por Hamas, el de las afganas encerradas en sus casas, el de las madres, esposas, hijas o directamente víctimas en todo el mundo de la represión en su país.

Voy a ser orgullosamente equidistante con su memoria y muy cuidadoso al elegir junto a quién me movilizo, a quién refuerzo su dimensión pública con mi presencia cuando alce la voz en la próxima barbarie. Porque el pueblo iraní no es el ayatollah Jamenei ni el palestino es Hamas ni el israelí es Netanyahu pero demasiados se ponen en sus manos por miedo, pero también por odio o por interés. No puedo solidarizarme con su odio. Con el interés de Amina, sí.