Hace unos días, el lehendakari Urkullu habló ante el Parlamento Vasco para decir que va a hacer de la sanidad la prioridad en la parte final de su mandato, y anunciar una inversión adicional de 1.200 millones de euros en los próximos 8 años. En los últimos meses, el Euskobarómetro viene mostrando una escalofriante línea de caída en la percepción social del funcionamiento de Osakidetza, algo que no se había visto jamás. La noticia no es que la sanidad importe a la gente; la noticia es que un presidente asuma en primera persona un compromiso de mejora, y se juegue tanto como unas próximas elecciones en el empeño. En Nafarroa, en cambio, Chivite se quitó de en medio en cuanto pudo. No se recuerda negociación política alguna en la que quien lleva la voz cantante, el mayoritario de la coalición, lo primero que haga sea traspasar al socio minoritario el departamento de Salud, el que más personal y presupuesto concentra. El anterior equipo, con Indurain y Artundo, trabajó de manera admirable, enfrentando con profesionalidad la pandemia que condicionó la mayor parte de la legislatura pasada, y buscando después la manera de recuperar una sanidad que en sí misma fue también víctima del coronavirus. Curiosos algunos socialistas que se creen que son ellos los que han inventado el sistema sanitario público, que dicen que por él se justifica cualesquiera subidas de impuestos, y que cuando pueden le endosan las cargas políticas al de al lado. No pinta nada bien el futuro de la sanidad navarra, a pesar de que el actual consejero Domínguez es persona acreditada, templada, conocedora y capaz de llevar a cabo lo que hoy se necesita. A pesar del cambio de ritmo que algunos intentan promover (he ahí las palabras del presidente del Parlamento foral, Unai Hualde, diciendo que tiene que ser esta la legislatura de los grandes consensos en materia de salud), lo que sobresale como evidente es que lo más importante no se está haciendo. Salvar la sanidad pasa, en primer lugar, por darle la prioridad política que merece, sabiendo que cualquier recurso que se dedique a otros asuntos se detrae de ella. Hoy basta ver la elefantiásica estructura del Gobierno de Nafarroa, con tanto departamento y estructura inútiles, solo pensada para propiciar un dulce reparto de poder, para darse cuenta de que la sanidad va a estar diluida en un mar de banalidad. Basta oír al pánfilo vicepresidente Taberna, el que muy significativamente sale de brazos cruzados en la foto de la escalinata, quitando importancia a la sobredosis de sillones, para percatarse de que todo seguirá frustrándose, porque lo relevante para él y para su jefa son otras cosas.

Urkullu habló de listas de espera, igual que se habla en Nafarroa y en cualquier otro sitio. Es la consecuencia más evidente para el ciudadano de la sacudida de la pandemia, pero también de no haber dotado a la sanidad de capacidades adaptativas que eran muy necesarias. Por ejemplo, en materia de profesionales, donde se ha optado por un sistema de contingentación de plazas y rigidez de las condiciones laborales, que al final son la peor expresión de la publificación del sistema sanitario. Resolver los tiempos de demora no es fácil, sobre todo si se quiere hacer de manera sostenible. La única manera de hacerlo no es intentando robar médicos a la comunidad de al lado pagando un poco más, sino pensando cómo podemos hacer más efectiva y resolutiva la sanidad. Hay cientos de áreas de mejora que son conocidas y se deberían abordar, atendiendo al objetivo de ser mejores y más rápidos en el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades. Hace veinticinco años, cuando me tocó hacerlo, se trabajó, por ejemplo, en la cirugía sin ingreso y mínimamente invasiva, que permitía al paciente no tener que pasar una semana ingresado por una operación de hernia. Hoy hay otros horizontes en relación con tratamientos que hace unos años eran inimaginables, o con todo lo que puede aportar la digitalización. Cambiar la ley foral de Salud no es siquiera imprescindible, porque sigue sirviendo como el marco de referencia general para el que se creó. Lo que sí hay que plantearse es cómo reconciliar a la sanidad con su misión de promover la salud y combatir la enfermedad, y hacerlo acorde con las posibilidades organizativas, científicas y técnicas que hoy tenemos. Para sacar este objetivo adelante ya no bastan los discursos baratos, sino verificar compromisos políticos y sociales. Analista