Mañana se celebra el Alderdi Eguna. Se trata de un acto de naturaleza festiva, abierta dada la interacción amable de los nacionalistas del EAJ-PNV con el resto de los ciudadanos del país y con una dimensión política coherente con la ideología de este partido.

EAJ-PNV está inserto y representa una patria a la que los abertzales consideramos nuestro pueblo. EAJ-PNV es hijo de la proclamación de Sabino Arana de que Euzkadi es la patria de los vascos. Sabino Arana tenía las ideas claras y, aplicando el principio de las nacionalidades (proclamado por Woodrow Wilson), le dota a la nación de una bandera, la ikurriña; de un nombre, Euzkadi; de un himno cuya letra escribe en la cárcel, de un nomenclátor de nombres vascos, de una épica y de una idea clara resumida en siete palabras, las ya citadas: Euzkadi es la patria de los vascos.

Sabino, seguramente, no se refería solo a la expresión derivada del término latino que designaba la tierra del padre. Se encardina más bien en el poema que escribiría muchos años después Gabriel Aresti denominado Nire aitaren etxea.

La patria y, por proyección, el pueblo y nación debe reunir un conjunto de características que establecen un vínculo entre sus miembros, unas objetivas: existencia de una tradición histórica común, de una homogeneidad cultural hoy enriquecida por otras culturas que le enriquecen y participan del proyecto común, unidad lingüística, conexión territorial definida por la existencia de un pueblo que ha vivido durante siglos en el mismo lugar, y otro vínculo subjetivo que se basa en el sentido de pertenencia, conciencia de pertenencia a un pueblo y el derecho a decidir sus instituciones, que estas expresen sus características comunes y mantengan su identidad, es decir, derecho a autodeterminarse.

La libre determinación está recogida en los Pactos Internacionales de Derechos Humanos. Es un principio fundamental del Derecho internacional público y un derecho de los pueblos, que tiene carácter inalienable y genera obligaciones erga omnes para los Estados. Incluso, de acuerdo con muchos autores, la libre determinación ha devenido norma de ius cogens.

El concepto de patria ha sido objeto de diferentes desfiguraciones en el discurso político contemporáneo, puede levantar temores de desestabilización, se ha asociado con posiciones políticas extremistas y chauvinismos étnicos, olvidando cómo la Revolución Francesa lo consideró un paradigma básico de cómo el pueblo derrocó a la monarquía y a la aristocracia en el poder y estableció un régimen republicano donde el pueblo se gobernaría a sí mismo.

El concepto de patria, contra lo que muchos afirman, es hijo del pensamiento ilustrado del siglo XVIII.

La patria está allí donde se está bien (Patria est, ubicumque bene est; y, en versión más breve, ubi bene, ibi patria), como dejaron escrito Séneca y otros patricios romanos. Según el Diccionario Filosófico de Voltaire, “se tiene una patria bajo un buen rey, no bajo uno malo” o “donde uno está seguro de su fortuna y de su vida”. Otro famoso ilustrado, Mirabeau, dirá que “uno lleva la patria en la suela de los zapatos”. Más allá de este aire utilitario y cosmopolita, esta nueva idea de la patria, hija de la Ilustración, está relacionada con los conceptos de progreso, libertad, buen gobierno.

Parte de la izquierda denunció los límites de ese ideal republicano afirmando que excluye, sin embargo, de hecho y de derecho, a las clases trabajadoras, campesinos sin tierra y obreros, pese a su lenguaje universalista.

La frase de Marx y de Engels en el Manifiesto Comunista de 1848 afirmó: los obreros no tienen patria. Esta afirmación era tan ingenua que les llevó a considerar que las clases trabajadoras alemanas no se enfrentarían nunca a las clases trabajadoras de los demás países. Ya vimos posteriormente cómo en dos guerras mundiales, con millones de muertos, la utopía comunista carecía absolutamente de sentido, las clases trabajadoras alemanas se enfrentaron a las francesas, inglesas y las de los demás protagonistas de las guerras mundiales.

El propio concepto de patriota se asocia a un ideal político republicano y va vinculado a una exigencia de justicia, de libertad y de igualdad civil y a un gobierno que propicia la prosperidad y la libertad.

Estas tesis se alejan del republicanismo que acompaña a la patria. No hay patria sin ciudadanos, sin libertad. Solo se ama a la patria de la que se es ciudadano y en la que se pueden decidir sus leyes; ya lo dijo Montesquieu: “Bajo el despotismo no hay patria, otras cosas la suplen, el interés, la gloria, los servicios al príncipe”. Lo que implica, además, que la patria ha de ser un ámbito relativamente igualitarista, al menos en el plano de los derechos.

En relación a la definición de patriota, es preciso subrayar la conclusión de que patriota vasco es el nacionalista vasco, esto es, la persona que tiene a Euskadi como su única patria. Hace 14 años, en el teatro Arriaga de Bilbao, Xabier Arzalluz acuñó una rectificación que distinguía entre ser vasco y ser nacionalista-vasco a la vez que hizo una autocrítica de la tradición (del nacionalismo-vasco) que ha asociado ambas cosas. Esa afirmación, o mejor dicho, el rechazo expreso y público de esa equiparación (vasco igual a nacionalista-vasco), aunque fuera una obviedad sociológica y una evidencia político-electoral, se convirtió sin embargo en el contenido más importante de lo que se conoció entonces como el “espíritu del Arriaga”.

El patriotismo y nacionalismo de hoy ya no es la antinomia de los argumentos y valores que elaboraron generaciones anteriores para alimentar y sostener la épica agónica de la lucha antifranquista, hoy no hay desorientación en cuanto a los valores que fundamentan los sentimientos y conductas patrióticos, hoy el valor a defender es el histórico del pensamiento ilustrado, el autogobierno, la igualdad entre los ciudadanos, la integración y cohesión social y la búsqueda de un gobierno que, como antaño, respete las leyes que los vascos y sus representantes determinen. l Jurista