Hoy vengo a hablar de alcantarillas. Ya se habrán fijado en que algunas tienen pintada una marca amarilla. Desde el Parque de Desinfección controlan varios miles de estas alcantarillas y arquetas, donde dejan colgando un cebo con un potente veneno. Rodenticida se dice, genéricamente, aunque resulta también venenoso para los humanos y otros animales.

Desde los años 80 se usan compuestos como la bromadiolona que al ingerir hace que el animal pierda su vitamina K, de forma que su sangre ya no puede coagularse. La muerte no es instantánea, sino más de un día después y eso es bueno porque si la rata quedara muerta nada más probar el cereal dopado, sus compañeros se darían cuenta de que algo raro pasaba. Lo cierto es que las ciudades del primer mundo luchan contra las ratas lo mejor que se puede, en ese equilibrio difícil de evitar que, como sucedió tantas veces antes, estos rodeores ciudadanos pudieran ser el vector de diversas enfermedades.

Por ejemplo, en 1599 con la peste que arrasaba muchas ciudades y llegó a Pamplona, donde un listo vendió estampitas con un dibujo de las cinco llagas y la corona de espinas de Cristo, y quienes la llevaban, aseguraron, no murieron. Ahora es mejor dejar a los expertos que pongan sus venenos y marquen las alcantarillas avisando que debajo está pasando algo que preferimos no ver. Por cierto, fíjense en que las alcantarillas son redondas habitualmente, y ese es un diseño adecuado y eficiente: no puede caer por su hueco, cosa que sí sucede con las cuadradas o rectangulares, y además la geometría asegura una resistencia similar a golpes y a tensiones.

Ahora bien, si me preguntan en el fondo por qué me he puesto a escribir hoy de alcantarillas en nuestras ciudades, venenos, ratas, estrategias, estampitas y tal, no sé bien qué decirles. Buen lunes.