La Unión Europea ha convertido la lucha contra el cambio climático en uno de los principales ejes estratégicos de su agenda política. La transición ecológica como la hemos dado en llamar, plasmada en el paquete de acciones legislativas que se engloban en el Pacto Verde europeo, nos sitúa en la vanguardia mundial del cumplimiento de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) de Naciones Unidas, como respuesta al gravísimo deterioro de nuestro medio ambiente, declarado por la comunidad científica. Sin embargo, desde que esta carrera contra reloj para salvar el Planeta empezó, también se alzaron las voces que advertían de los riesgos sociales que en su camino podríamos encontrarnos de no cuadrar la ecuación de manera socialmente justa. El riesgo de que las políticas verdes abran más brechas sociales entre ricos y pobres es cada vez más patente y ha sido el elemento fundamental de discusión por parte de los países menos desarrollados en las Cumbres mundiales climáticas.
El tiempo, factor esencial
El problema es que estamos obligados a tomar medidas con urgencia, sino de emergencia. Ello implica escaso tiempo de transformación de los principales sectores contaminantes que siguen siendo la base de la economía productiva. Las industrias de consumo, las mayores generadoras de emisiones de CO2 , son también las que más empleo crean y, por tanto, de las que depende en más medida el mantenimiento del Estado del Bienestar del que disfrutamos los europeos. Transformar los sectores industriales es también darle la vuelta a las fuentes de energía de las que depende su producción. Abandonar los combustibles contaminantes es, asimismo, un proceso muy costoso para las empresas, que están dejando de ser competitivas con otras áreas del mundo que, por un lado, no están siendo tan ambiciosas en el cumplimiento de la agenda de neutralidad de emisiones, y que además nos llevan ventaja en la carrera innovadora, científica y técnica, como es el caso de EEUU y China.
Guerra de Ucrania
Los planes verdes diseñados desde Bruselas y, en general aceptados por los gobiernos de los Estados miembros, se dieron de bruces con la realidad cuando hace un año y medio Putin invadió Ucrania. La crisis energética y alimentaria que provocó nos ha sumido en una tensión inflacionista de la que aún no hemos sido capaces de salir. Los precios de los combustibles y de la cesta de la compra se han disparado en toda Europa, lo que ha forzado al Banco Central Europeo a una subida sostenida de los tipos de interés, una tormenta perfecta que está socavando, mes a mes, el poder adquisitivo de las rentas más bajas. Queremos defender la biodiversidad, pero el sector agrícola y ganadero clama contra unas medidas que consideran imposibles de cumplir en un contexto de guerra como el que estamos viviendo. Lo mismo sucede con el sector del automóvil y, buena parte de la industria de bienes de consumo, que ha visto cómo se ha encarecido sustancialmente la factura energética complicando mucho el cumplimiento de los hitos de descarbonización.
Creciente rechazo social
Que los europeos somos plenamente conscientes del reto que supone la emergencia climática no está en duda. Todas las encuestas del Eurobarómetro lo manifiestan. Pero no es menos cierto que, en este último año, la preocupación por las condiciones económicas de vida se ha situado a la cabeza de los desvelos de los hogares europeos. Lo primero es lo primero y, ante todo, los ciudadanos quieren mantener su nivel de vida y bienestar. En muchos Estados miembros, como es el caso de Holanda, los nuevos partidos puestos en marcha por agricultores y ganaderos están liderando los sondeos de opinión. Lo mismo sucede con las formaciones políticas más conservadoras que piden un parón radical del Pacto Verde. En este contexto debería llevarse a cabo una profunda reflexión y un serio análisis de a dónde hemos llegado con las medidas hasta ahora adoptadas y de qué consecuencias tendrá que sigamos por el actual camino trazado. De nada sirve que lancemos ley tras ley, si la sociedad no acompaña en el proceso transformador. Y menos útil es avanzar sin alcanzar cambios significativos del modelo productivo y de consumo. Si no queremos basarlo todo en el decrecimiento, tenemos que seducir a la sociedad sobre la necesidad de vivir bajo el paradigma de la Economía Circular, algo que hoy está lejos de la realidad.