Somos plenamente conscientes de que nuestra democracia, como prácticamente todas las democracias del mundo, es imperfecta y de que quienes disfrutamos de sus virtudes tenemos la obligación de ser exigentes con ella, de no relajarnos con el “bienestar” que puede llegar a producirnos el creer que somos dueños de nuestro destino. Como no es así, consideramos absolutamente necesario mantener el nivel de exigencia referido. Abandonarla sería precisamente renunciar a la democracia.

Años y años, pedimos a la izquierda abertzale y a ETA que abandonaran la violencia, el terrorismo, y que defendieran sus posiciones políticas a través de los cauces que ofrecía la democracia. Sí, la imperfecta, pero indudablemente más cercana a la perfección que el tratar de imponer un proyecto político a través del asesinato. Esto es una práctica que sólo se puede identificar con modelos totalitarios, con el puro fascismo. Después de tantos años, ETA abandonó la “lucha armada”. Es posible que muchas personas que estén leyendo este artículo, penséis que no es el momento de valorar los motivos por los que lo hicieron, pero precisamente son estos motivos los que condicionan la actitud que está manteniendo la izquierda abertzale desde el 20 de octubre de 2011. No renunciaron a la violencia por convencimiento. Realmente fue una derrota. No les quedó más remedio que aceptar que sólo tenían la opción de abandonar la violencia o desaparecer del mapa. Francamente, una pena.

Y con ese sentimiento de derrota están haciendo su apuesta democrática. Entendemos que sea insufrible. Es difícil obviar con un simple comunicado de dos minutos de lectura: 50 años de asesinar, amenazar, extorsionar, secuestrar, destruir la convivencia en Euskal Herria –¿quién puede asumir eso como si nada?– y, también, de soportar torturas, atropellos y abusos. Hay mucho dolor detrás: sobre todo, el generado, sin lugar a dudas, pero también el soportado y ¿para qué? Esta es la pregunta que no quiere plantearse nadie en la izquierda abertzale: todo esto, ¿para qué? Para los asesinos, para sus familias, para los torturados, para quienes perdieron su vida tratando de asesinar, para quienes han dejado 30 años entre barrotes… la respuesta es horrorosa, así que mejor obviar la pregunta y tirar para adelante como si no hubiera pasado nada: “todos hemos sufrido y hay que mirar hacia el futuro”; pero no es tan sencillo. Es inevitable, imprescindible revisar lo que hicimos, cuestionarlo, criticarlo –y no nos referimos sólo al mundo de ETA– para iniciar un nuevo camino.

Sin embargo, la izquierda abertzale no está en esa onda. Quiere pasar página rápidamente y conquistar un goloso espacio político que quizás soñó, pero nunca consiguió, cuando utilizaba la violencia como herramienta de “hacer política”. Hoy, mayo de 2023, como en todas las elecciones anteriores, vuelve a incluir a exmiembros de ETA en las candidaturas. ¿No tienen más candidatos? Sin duda alguna, sí, pero descartan hacer autocrítica de lo que fueron esos casi 50 años de terrorismo. No les importan las críticas que están recibiendo. No les importa que su actitud, que podría calificarse como chulesca, beneficie a sus adversarios políticos. No les importa cargar con la responsabilidad de quienes asesinaron porque, en realidad, no han comenzado a andar –ni parece que lo tengan pensado– un camino que les lleve a renunciar a aquella violencia que los convirtió en lo peor de nuestra sociedad. En ocasiones, los han comparado con violadores y asesinos de mujeres: ¿qué parecería que otro partido presentara al asesino de una mujer, de su pareja? No les importa. Incluso, su actitud es idéntica a la que mantiene la Falange al presentar a Carlos García Juliá, autor de la matanza de Atocha, como cabeza de lista en Bilbao. No les importa. Se deben a quienes aún los consideran sus “héroes” y los siguen honrando.

Han anunciado que los candidatos que directamente asesinaron van a renunciar a sus cargos en caso de que hubieran sido elegidos. ¿Pura estrategia? ¿Convicción? ¿Efectos de la presión social? Sólo ellos lo saben. Lo que ya ha quedado claro es la nula voluntad de mirar hacia atrás con ojos críticos. Hay un voto nacionalista de izquierda que actualmente está absorbiendo la izquierda abertzale. Sin embargo, ese voto no tendría que obviar esta vinculación que una y otra vez hacen con la violencia de ETA. De la misma manera, los partidos que les acompañan deberían ser más exigentes y críticos con estas estrategias legitimadoras de la violencia pasada.

Queda mucho camino por delante y mucho trabajo para continuar deslegitimando lo que nunca tuvo el menor atisbo de legitimidad: el uso de la violencia como herramienta política.

Miembros de ‘Gogoan, por una memoria digna’