Alguien dijo que la atención primaria es la medicina de las personas en tanto que el resto es la medicina de las enfermedades. “Mi médico de cabecera” es una expresión llena de significados: confianza, conocimiento mutuo, agradecimiento, alegrías y tristezas compartidas. Es poco probable oír a un paciente decir “mi radiólogo intervencionista”.

Nunca más que ahora las personas hemos necesitado los cuidados que nos ofrece nuestro médico de cabecera. Sin embargo, la atención primaria está en crisis. La profunda crisis, que hace temer por su vida, es lo que, al fin, le ha otorgado presencia en los medios. Eso sí, siempre con un relato poco favorecedor. Hasta su intervención durante la desdichada pandemia se ha visto empequeñecida. En un relato de trazo grueso su presencia en primera línea se ha convertido en una voz al otro lado del teléfono, mientras que la resistencia indomable está representada por personal hospitalario con trajes hechos con bolsas de basura.

Este olvido no es sino un paso más en la pérdida de la consideración social de la atención primaria como especialidad médica importante. Una pérdida de prestigio con nefastas consecuencias. A menudo los pacientes ven a su médico de atención primaria como el último obstáculo a vencer para llegar al “especialista” por el que desean ser atendidos. De hecho, muchos pacientes creen que su médico de cabecera no es un especialista. Otra consecuencia indeseada, la falta de jóvenes profesionales que quieran hacer la especialidad. Este año, en una decisión de cara a la galería, se han ofrecido más plazas de Medicina de Familia en el examen MIR. Conclusión, han quedado desiertas más plazas que el año pasado. Los recién licenciados no quieren trabajar en una especialidad cuyo prestigio profesional es declinante, como también los son las condiciones de trabajo: sobrecarga asistencial, exceso de labores burocráticas, expectativas de crecimiento profesional inexistentes, baja consideración social, relación asimétrica con especialistas hospitalarios, remuneración insuficiente. Todo esto es cierto. Los relatos alrededor de la Atención Primaria son entre apocalípticos y deprimentes.

En esta situación no es extraño que los primeros puestos del examen MIR, los más brillantes, los más inteligentes, escojan especialidades como Dermatología, Cirugía Plástica o Cardiología. Especialidades que les facilitan un futuro profesional más glamuroso, cómodo y con salida en la medicina privada.

La Medicina de Familia tiene dos graves problemas: el desprestigio y la infradotación. Y, como el huevo y la gallina, no se sabe qué fue primero. Para comenzar a darle el lugar que se merece, de todas las medidas posibles la más urgente es mejorar la financiación y que llegue a esa cifra mágica del 25% del presupuesto sanitario total. Los expertos dicen que a partir de ese umbral las cosas empiezan a mejorar.

El desprestigio es el otro problema cuyas causas son múltiples y no todas inocentes. El pasado año se publicó en una revista inglesa de atención primaria un estudio hecho en Noruega con este impresionante título: “Continuidad en Atención Primaria como predictor de mortalidad, hospitalización urgente y demanda de atención fuera de horario”.

Este estudio demuestra que la continuidad de la atención por parte de un Médico de Familia se asocia con una menor necesidad de servicios fuera de hora de consulta y de ingresos hospitalarios urgentes. A la vez que disminuye la mortalidad en una proporción directa. Cuando la relación MdeF-paciente se mantiene estable durante más de 15 años, la mortalidad se reduce en un 25-30%. Observen ustedes que todo lo que describe se relaciona con la mayor calidad de vida de la ciudadanía. Pero nadie ha trasmitido a los afectados esta buena noticia. Quizá tenga que ver con que los creadores de opinión no son frecuentadores del primer nivel asistencial. Las noticias de salud preferidas suelen ser tecnológicas: inauguraciones y puestas en marcha de equipos caros de última generación. O de investigación sobre genética, ADN, cáncer con hallazgos interesantísimos en ratones que tardaremos 20 o 30 años en comprobar que, en algunos casos, no llevaban a ninguna parte. A propósito de esto les contaré una anécdota. Durante la pandemia casi todas las noticias en televisión que se referían a Primaria estaban ilustradas con imágenes hospitalarias.

Es necesario contar a la ciudadanía que la atención primariaes su mejor garantía de salud, de recibir la atención adecuada a cada situación de enfermedad con menores riesgos de problemas provocados por la propia medicina. Porque en muchos casos tu médica de familia te ha visto envejecer y sabe cómo tratar tus enfermedades, porque lo ha hecho siempre. Porque puedes contar con ella cuando las cosas vienen muy mal dadas. Porque sabe mejor que tú a qué especialista conviene enviarte y además podrá ajustar el tratamiento porque te conoce bien. Porque le interesas de verdad.

Como ciudadanía, no podemos perder nuestra atención primaria. El modelo que parece ponerse de moda es el de libre acceso al especialista que el paciente considere. La publicidad de una aseguradora que no nombraré ofrece acceso directo a 30.000 especialistas por 17,50 euros al mes. Mas que una buena oferta parece un milagro pero, pensemos lo que pensemos, este tipo de cosas reflejan un estado de opinión y promueven el consumismo sanitario. Un by pass en toda regla al profesional sanitario que mejor te puede asesorar y que más intervenciones innecesarias evita.

¿Y qué podemos conseguir contando a la ciudadanía lo que está perdiendo? ¿Que la sociedad reaccione, reclame, exija, que pregunte eso de “qué hay de lo mío”? No estaría mal.

Si además conseguimos prestigiar al médico de familia tendremos a nuestro favor que del rechazo a una especialidad de segunda división podríamos pasar a una especialidad líder. Si, mientras tanto, los responsables aplican todas las mejoras que dicen que van a aplicar, quizá empecemos a reflotar este barco que hace agua.

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