Supongo que –como con todo el mundo– hay veces que el estrés me hace estragos por dentro. O igual no es tanto el estrés, sino el contraste brutal, la falta de términos medios. El ver que las circunstancias te llevan del cero al cien en cero coma dos segundos. Y cómo ese estrés vuelve al cero de forma igualmente abrupta. La calma tan abrupta sabe, además, a vacío. Y ese vacío posterior también te plantea dudas: ¿pero de verdad no está –ahora, de repente– pasando nada? Y lo intentas llevar lo mejor posible y no exteriorizar demasiado el desgaste, porque, al fin y al cabo, quienes te rodean no tienen la culpa de tus historias.

Pero hay algo que llevo aún peor. Es cuando el bajón no termina de producirse. Hay circunstancias en que, bien porque el pico de actividad no se ha terminado del todo, o bien porque te surge en paralelo otro pico de actividad distinto, ves que tienes que seguir dando caña. El motor nunca se acaba de apagar del todo.

No es ningún consuelo, os aseguro, pero empiezo a ver paralelismos entre esto que me ocurre y el clima de campaña electoral para las elecciones municipales. Pocas iniciativas municipales conocerán ustedes de las distintas opciones políticas que se presentan en liza. Las pocas que salen en medios de comunicación se ven ahogadas por el nivel macro, por lo que se va a dirimir en las siguientes elecciones generales. Hasta el punto en que te venden que al elegir alcalde estás en realidad haciendo primarias para las generales y que casi lo que menos importa es lo que hemos de decidir para nuestros municipios.

No nos dejemos engañar. Ese nivel micromunicipal y foral nos afecta mucho más directamente que el macro. Y con ello no estoy restando importancia al macro. Me limito a decir que son planos totalmente distintos y que nos afectan con distintas intensidades.

Pero sí, mucho me temo que la ataraxia completa no la vamos a alcanzar hasta después de las elecciones generales. Y me da que durará poco incluso entonces.