Hace más de 20 años en el bar Ketan que regentaba el exportero del Bidasoa Miguel Ángel Zúñiga en Irun me llamó la atención una foto: una grada de Artaleku a rebosar con Iñaki de Mujika, cascos de radio puestos, alzando los brazos victorioso. Acababa de anunciar que aquel equipo de pueblo, el del troncobalonmano, ganaba su primera Liga tras el tropiezo del FC Barcelona.

El bar cambió de dueños y la foto, icónica como la del puño de Satrus o la de Zamora contra la valla de El Molinón, desapareció.

Hace un tiempo se lo pregunté. Zúñiga temía haber perdido la foto entre mudanzas y garajes. A Iñaki ni le sonaba el tema. Afinó la memoria y respondió que podía haber una foto así, pero que a saber dónde iría a parar.

Años después de esa conversación, las madrugadas de primavera son frías en Hondarribia. El silencio de la noche pesa como las cadenas de la plaza Gipuzkoa, donde Iñaki vivía una vida construida en torno a una infinita sucesión de anécdotas que, lejos de ser un alboroto, una marimorena o cualquier término que disparara en la rapidez de la retransmisión, tenían un sentido. Unos principios. Unas reglas como las que rigen en cualquier beaterio.

Antes que periodista influyente fue profesor y directivo. Hasta presidente de un club. Incordiaba para sentirse vivo, pero sin cruzar la raya de incomodar. Terminó cuidándose muy mucho de que su opinión jamás fuera un intento de dirigir un club desde fuera. O de condicionar la carrera de un futbolista que se debatía entre renovar o marcharse al extranjero.

Iñaki no solo era, sino que hacía. Ayudaba sin que nadie más salvo ese interlocutor necesitado de ayuda, de colaboración o de consejo, lo supiera. Y si te he ayudado, no me acuerdo. Por eso, la foto de aquella tarde de 1987 en la que casi se le salen los brazos no le parecía importante.

Se acabó, aunque en el frío de la madrugada flota la sensación de que en cualquier momento por esa puerta va a salir preguntando a ver qué es semejante Belén. ¡A estas horas!

Salen un médico y dos policías. Se acabaron los Beaterios, los comentarios sobre las bandas de música que amenizan Mestalla, el románico y los disparos a la remanguillé. Y, lo que es peor, los desayunos en Kai-Alde, los blancos pajarita en el Loretxu, sus comidas en Arraunlari y los cafés donde la gente se lo pidiera.

De vuelta en casa, encuentro en el archivo una foto de Iñaki en la que posa con una foto ampliada. En la que escribió una parte mínima de la historia. ¡La foto icónica de la que nada quería saber existe!

Se acabaron sus zafarranchos de combate cuando no vienen más que guerras. Que sus brazos arriba anticipen las victorias que tenemos por vivir.