Que Donald Trump, quien fue ya presidente hasta hace tres años, vuelva a presentar una candidatura a la Casa Blanca, es tan excepcional en Estados Unidos como su personalidad descontrolada, pero las aspiraciones del expresidente son tan irrealizables como excepcionales.

Porque Trump, a quien los demócratas no perdonaron nunca su agresividad ni que les quitara la victoria que consideraban segura en las elecciones de 2016, tan solo pudo imponer su estilo de gobierno y exhibir su polémica personalidad en los cuatro años de su mandato presidencial, pero tuvo las manos semiatadas desde el primer día y nunca consiguió imponerse a la burocracia establecida en la capital norteamericana, con afinidades generalmente progresistas y que rechazó desde el primer día tanto sus ideas políticas como su forma de actuar.

Ahora, los norteamericanos se enfrentan a la probabilidad, poco deseada por la mayoría del país, de que los contrincantes para la Casa Blanca en las elecciones del año próximo sean los mismos que se enfrentaron en 2020, es decir, el actual presidente Joe Biden y Donald Trump: tendrán que elegir entre un octogenario evidentemente senil y un millonario resentido.

En el caso del presidente Joe Biden, su candidatura tiene el apoyo de la inercia, porque es habitual que el presidente en funciones no tenga rivales dentro de su propio partido, especialmente si se trata del Partido Demócrata.

Por lo que se refiere a Trump, tiene apoyo de varias partes: en primer lugar, de los propios demócratas que lo creen un candidato fácil de derrotar; en segundo lugar, de sus seguidores incondicionales que le son fieles pero no son bastantes como para darle la victoria; y, por último, de quienes le apoyan ahora simplemente en reacción al enjuiciamiento a que le han sometido y que sus correligionarios consideran una caza de brujas, tanto si es su candidato preferido como si no lo es.

Pero lo cierto es que Trump tiene el camino casi cerrado para regresar a la Casa Blanca, o para gobernar si lo consigue, pues la maquinaria Demócrata ha demostrado que no dejará de acosarlo por cualquier medio a su disposición, como ha demostrado el fiscal de Nueva York que abrió esta semana un procedimiento penal contra él.

Si, a pesar de todas las dificultades, pudiera volver a la Casa Blanca, Trump tiene prácticamente garantizada la misma obstrucción a la que se enfrentó durante su mandato, solamente que esta vez los demócratas estarán más envalentonados y dispuestos a usar todos los medios legales contra él.

En las filas republicanas hay otros candidatos con buenas posibilidades de ganar y que no tendrían las dificultades de Trump, pero el expresidente no parece dispuesto a retirarse y dejar la Casa Blanca para un correligionario que podría ganar y gobernar.

En estos momentos, el gran favorito republicano es el gobernador de Florida Ron de Santis, que en parte apela al mismo público que llevó a Trump a la Casa Blanca: Ron de Santis, un hombre mucho más joven pues a sus 43 años podría ser su hijo, con gran apoyo dentro de su estado del que es gobernador desde 2018, cargo para el que fue reelegido con una amplia mayoría el año pasado.

De Santis, que milita en las filas conservadoras del Partido Republicano, ha dado su apoyo repetidas veces a Trump, al que ahora se enfrentaría si finalmente decide presentarse como candidato a la presidencia, algo que a Trump le parece tan probable que ha empezado ya a atacarle.

Aunque De Santis tendría buenas posibilidades de imponerse a Biden en una lucha por la Casa Blanca, las encuestas lo sitúan en estos momentos por detrás de Donald Trump, quien se beneficia del apoyo especial que le brinda el poder presentarse como víctima de una persecución por parte del Partido Demócrata, que ostenta ahora el poder ejecutivo.

Falta todavía tiempo para las elecciones primarias –que no empezarán hasta el año próximo– y tal vez la acusación del fiscal neoyorkino contra Trump consiga alejarlo de las urnas presidenciales. Si no es así, es posible que los pretendientes republicanos a la Casa Blanca decidan no enfrentarse a Trump, de forma que el expresidente tendría garantizada la victoria para declararse candidato republicano.

Las encuestas en estos momentos tienen poco valor, porque un año en la política norteamericana es una eternidad. Pero si se mantuviera la corriente actual, Trump tendría posibilidades de imponerse a Biden, por impensable que nos parezca ahora. De esta forma, los norteamericanos –y el resto del mundo con ellos– se verían gobernados por un presidente maniatado por problema jurídicos.

Desde el Kremlin y desde Pekín, igual que desde la Habana o Caracas, un nuevo gobierno Trump haría las delicias de quienes buscan la debilidad norteamericana para imponerse a sus vecinos y presentar como viables unos regímenes y sistemas de gobierno que han fracasado repetidamente a lo largo de la historia. Estos países totalitarios podrían nutrirse de los despojos de sociedades que hasta ahora han gozado del bienestar y las libertades que les han ofrecido sus constituciones democráticas.