Cuando nos preguntamos por los orígenes de las reivindicaciones del día 8 de marzo, nos tenemos que remontar a 1857, donde cientos de mujeres recorrían las calles de Nueva York para protestar por las pésimas condiciones laborales. Para otras el origen está en las manifestaciones de Dinamarca, Rusia o Alemania que tuvieron lugar entre los años 1910 a 1914 para promover la lucha de los derechos y libertades de las mujeres. Y para otras, el origen está en 1975, con el reconocimiento de la ONU al Día Internacional de la Mujer.

Mientras algunos partidos políticos politizan y utilizan este día como herramienta para exteriorizar sus diferencias irreconciliables, yo experimento sensaciones ambivalentes o contradictorias. Por un lado, es un día de tomar las calles, de reivindicarse como mujer y de luchar contra las desigualdades. Pero por otro lado, me invade un cierto sentimiento de tristeza, después de 150 años reivindicando algo tan lógico como debería ser la igualdad, aún queda mucho camino por recorrer.

Cuando leo reflexiones de la ONU Mujeres, es cuando veo todo lo que nos queda como mujeres por conquistar en aras de la igualdad, debemos pensar en igualdad, rechazar estereotipos y perjuicios, ser influyente y desafiar las igualdades en todos los sentidos de la vida.

A pesar de que la igualdad de genero viene reflejada en el articulo 14 de la Constitución, no deja de ser una falacia. La realizad es que aún existe una importante brecha salarial, lo cual genera grandes diferencias en las pensiones entre mujeres y hombres, por no hablar de la casi imposible conciliación de la vida laboral y la familiar o la ausencia de mujeres en cargos de responsabilidad que, es tan evidente que recientemente el Parlamento Europeo y el Consejo han aprobado una Directiva (UE) de 23 de noviembre de 2022 para conseguir una representación más equilibrada entre mujeres y hombres en los órganos de representación de sociedades cotizadas.

En fin, salgamos a la calle y pidamos a Rosie un poco de su fuerza.