José Ángel Iribar Kortajarena, del caserío Makatza de Zarautz, cumplió 80 años el pasado miércoles. Además de felicitarle, cuento de él dos vivencias que bien lo retratan.

La familia de su aita, y su aita, eran carlistas, no así la familia de su ama, donde había un poco de todo. Durante su niñez, Zarautz vivió un episodio propio de la dictadura que se padecía. El director del Colegio de los Hermanos de La Salle fue expulsado por orden de la autoridad a cuenta de su compromiso por la difusión del euskera. Iribar nos lo contó así.

“Aquel episodio originó una importante controversia en el pueblo ya que el director, el Hermano Ignacio Olabeaga, enseñaba a los alumnos canciones en euskera. Solo por eso. Aquello hizo sentir a muchos un profundo desamparo. Y en el pueblo se produjo una reacción favorable. Mi padre, por ejemplo, fue precisamente entonces cuando decidió matricularme en ese colegio de los Hermanos. Fue un espontáneo gesto de solidaridad con el director del centro, que muchos otros padres hicieron también en aquella época. El Hermano Ignacio era muy aficionado a las excursiones montañeras y a las actividades deportivas al aire libre. Y fue precisamente en contacto con esas actividades donde empezó a decantarse mi vocación de portero. Recuerdo que recién ingresado en el colegio, se organizó una excursión a Meagas. Y como yo era el último en llegar, me dijeron que tenía que jugar de portero. No debí de hacerlo del todo mal, porque en poco tiempo pasé a ocupar ese puesto en la alineación del colegio de La Salle. De ahí arranca mi historia deportiva”.

El Hermano Ignacio Olabeaga, el director, era tío de mi ama y teníamos mucha relación con él. Todos los domingos dirigía los cantos de la misa del párroco de San Antón, D. Claudio Gallastegi, misas que eran verdaderos mítines. Tras pasar por Sestao, acabó en el Colegio Santiago Apóstol ocupándose de la editorial Bruño, la que suministraba libros a los chavales y por eso le recuerdo en un pequeño almacén al lado de la Congregación y del bar donde solía ir Iribar, siendo portero del Athletic, a recibir clases de francés por parte del Hermano Olabeaga, que, como había estado refugiado en el norte de Francia, lo sabía muy bien.

Le recuerdo a Iribar que nos daba entradas para los partidos. Cuando fue el Athletic a jugar en Caracas el Torneo del Cuatricentenario de la ciudad, en 1967, que ganó, estuve con mi familia visitando al gran portero en el hotel donde se alojaron y donde había estado el Real Madrid y fue escenario del secuestro a Di Stéfano. Le dimos a probar un jugo de lechosa (papaya) que a Iribar le gustó. Quisieron ir al Centro Vasco y el presidente del Athletic Félix Oráa, no les dejó, como no les dejó pasar bajo las ikurriñas cuando fuimos a recibirles al aeropuerto de Maiquetía. Una vez en La Bilbaina se lo recordé y, como siempre, me dijo que eran otros tiempos. Sí, pero él era el mismo, un franquista servidor de la dictadura. No juzgo su presidencia, sino su penosa actitud política.

Y la otra vivencia me la cuenta Joxe Joan González de Txabarri, quien fuera diputado general de Gipuzkoa y, como Iribar, de Zarautz, muy de Zarautz y muy de la Real, aunque a Iribar le tiene una gran simpatía y admiración, entre otras cosas por su apoyo al euskera. Me lo contó así:

“Su despedida fue contra una Real Sociedad plagada de internacionales y con presencia de algunos jugadores de Osasuna y Alavés. Chillida se encargó de la litografía para la ocasión. ‘‘El día 31 todos a San Mamés para decir, con Iribar, bai euskarari, rezaba el cartel anunciador. “Un partido serio”, reclamó el agasajado, que decidió no vestirse de corto para darle el carácter que pedía. Y la recaudación, para el euskara. En torno a 30.000 personas se citaron en aquella despedida. Iribar, con una profusa barba, metáfora del cambio que se avecinaba en su vida, desfiló brazos en alto por un cordón de dantzaris y compañeros de profesión. “Hoy sólo está aquí el euskera”, dijo cuando alguien le acercó un micrófono al centro del campo.

Efectivamente, toda recaudación, cerca de 10 millones de pesetas –las entradas costaban entre 300 y 1.000 pesetas– tuvo como destino el fomento de la lengua vasca. Con un potente “eskerrik asko!” finalizó su alocución, mientras se resistía a abandonar el centro del campo, su casa durante tantos y tantos años”.

Ese 31 de mayo de 1980 se jugó pues en San Mamés el partido homenaje a José Angel Iribar, entre el Athletic y la Real Sociedad que daba cierre a la dilatada y ejemplar trayectoria futbolística del portero zarauztarra, Makatza.

Por decisión personal del Txopo, la recaudación total del partido, que llenó San Mamés hasta la bandera, se destinó a la elaboración del diccionario del deporte euskera-castellano-francés.

UZEI, entidad especializada en la elaboración de diccionarios terminológicos especializados, asumió el encargo de Iribar, que financió íntegramente el proyecto.

Se constituyó un grupo de trabajo conformado por deportistas y periodistas euskaldunes, por un lado, y por lingüistas especialistas en terminología, por otro.

El diccionario, que lleva por título Kirolkidea, se publicó en 1982, y constituyó la base del uso del euskera en el ámbito deportivo, generando un salto cualitativo determinante tanto por la unicidad de los términos propuestos, como por la aceptación que dichas propuestas conocieron en el contexto del inicio de las retransmisiones deportivas en euskera tanto por ETB, como por Euskadi Irratia o Herri Irratia, entre otras emisoras. l