Yo sí me atreveré a mirar a los ojos a una mujer violada o agredida. ¿Y tú?
Todas habíamos entendido que la ley del sólo sí es sí era mucho más que una ley, era un cambio de paradigma. Un cambio en el modo de entender las relaciones entre iguales, no sólo en lo que se refiere al consentimiento en las relaciones sexuales, sino a un modo de actuar donde la voluntad de las mujeres se sitúa al mismo nivel que la voluntad de cualquier hombre. Esta ley supone una conceptualización nueva que afecta a los cimientos de toda la sociedad, tradicionalmente patriarcal, cuya configuración socio-cultural establece que el hombre es autoridad, la medida de todo y la mujer queda en una relación de subordinación y dependencia.
Esta conceptualización histórica ha hecho que las mujeres hayamos aprendido estrategias para sobrevivir en ese entorno patriarcal y amoldarnos al sistema, lo que no significa que lo aceptemos ni reconozcamos. De ahí la lucha constante contra la desigualdad desde el asociacionismo feminista que ha arropado y denunciado agresiones y violencias contra las mujeres a lo largo de la historia. Ese camino en todos los ámbitos (institucional, jurídico, laboral y social), junto con reivindicaciones que venían de lejos, la rabia por la sentencia de La Manada, y un 8-M apoteósico donde todas salimos a las calles, propició el impulso definitivo para desarrollar esta ley, un camino que hemos hecho todas para proteger a todas.
La ley implica poner “el consentimiento en el centro”. Ese es el cambio de paradigma; todas, y repito todas, las mujeres entendimos el concepto del consentimiento, que significa deseo seguir, es entender el sí y tener el poder de decir no, es decir que respeten tu voluntad. Tan sencillo como eso.
Siguiendo ese mandato de las feministas, y sabiendo las resistencias que se iban a producir, comenzaron los largos y arduos trámites parlamentarios que implica una reforma de ley, las duras negociaciones, ir ganando en cada mesa, en cada reunión y votación, hasta aprobar la ley, una ley que nutre otras muchas propuestas de protección contra las agresiones, elimina la distinción entre delitos en función de si había existido violencia o intimidación, sin olvidarnos que ha sido revisada por servicios jurídicos, letrados y todos los leguleyos imaginables. Había pasado todos los trámites y nadie se opuso.
Por ello, asombra tremendamente la incapacidad para detectar esos “efectos indeseados” de la ley, o quizás nos genera la duda acerca de la intencionalidad en ese transcurrir hasta su aprobación, dentro de una estrategia puramente política para anular al adversario a posteriori.
También esperábamos la actual ofensiva contra la ley debido a ese cambio de paradigma que suponía poner el consentimiento en el centro, donde consciente y voluntariamente debía ser respetada nuestra voluntad y deseo. Además, intuimos que el patriarcado no estaba preparado para este cambio de paradigma, de ahí la certeza de que las resistencias iban a ser enormes, pero no hasta llegar a querer eliminar años de reivindicaciones feministas. Determinados sectores llevan repitiendo semanas que la ley es mala, que ha conllevado rebajas de penas creando una desmedida alarma social, aun sabiendo que esos efectos indeseados y algunas rebajas de penas son, en muchos casos, achacables a una judicatura retrógrada alimentada por una derecha y ultraderecha que quiere sacar a Unidas Podemos del Gobierno. Esta insistencia a la opinión pública tiene unos intereses muy definidos y además de nada casual, es tremendamente hipócrita. Los mismos medios que cuentan cada rebaja de pena apenas le han dedicado espacio a contar cuántas mujeres agredidas hay, cuántas violadas, abusadas o asesinadas. Pero este es otro debate.
La propuesta del PSOE de diferenciar las agresiones sexuales más violentas de aquellas en las que no se puede demostrar que hubo violencia o intimidación es retroceder al pasado y la propuesta de aumentar aún más las penas agrada al sector más punitivista, sirviendo esto como excusa para modificar el, previamente consensuado, paradigma del consentimiento.
¿Cómo es posible que queramos retroceder y volver al hecho de que una mujer violada, repetidamente, pero sin herida alguna deba tener que repetir ad nauseam qué, cómo, cuándo y en qué circunstancias ha sido agredida sexualmente si el sistema considera que no ha sido así?
Los avances en derechos femeninos nunca han sido lineales, el patriarcado tiene herramientas para resistirse a casi todos ellos. A lo largo de la historia siempre ha sido así, como ahora.
Esta ley permite proteger a todas las mujeres, a las que denuncian y a las que nunca lo harían por entender que no iban a ser escuchadas y apoyadas. Este consenso era claro y completamente entendido. Este es el cambio de paradigma que nos considera sujetos activos y no objetos pasivos a disposición del juicio de otros y que amplía la protección en un sinfín de casos y de supuestos. Por ello, ahí estaremos para defenderla y nos atreveremos a mirar a los ojos a una mujer violada o agredida. ¿Y tú? l
Coordinadora de Podemos Donostia y secretaria primera de la Mesa en las Juntas Generales de Gipuzkoa