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Con acento europeo

Jesús González Mateos

La patata caliente de la política migratoria de la UE

La semana pasada se celebró en Bruselas un Consejo Europeo extraordinario cuyo foco de atención mediático fue la visita presencial del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Sin embargo, en el orden del día de los jefes de gobierno de los 27, se coló un tema de enorme trascendencia: la política común de migración. No es baladí que fuera la primera ministra italiana, la ultraderechista Giorgia Meloni, quien introdujera el debate sobre la seguridad en las fronteras de la UE. La líder de Fratelli de Italia, muy fuerte en las encuestas de su país, ha entrado en el escenario europeo con perfil bajo y sin estridencias que incomoden a sus socios, sin embargo, tiene una hoja de ruta clara de reformas entre las que las restricciones de entrada de migrantes se encuentra a la cabeza. Fue un primer tanteo de posiciones, pero se vislumbra una batalla de fondo de posiciones de Estados y de partidos políticos que, sin duda, puede hacer temblar los cimientos del proyecto europeo.

Principio de solidaridad

Uno de los objetivos fundamentales de la Unión Europea es contar con una política de inmigración europea global, con visión de futuro y basada en la solidaridad. La política de inmigración tiene por objeto establecer un enfoque equilibrado para abordar tanto la inmigración legal como la irregular. Así se regula en los artículos 79 y 80 del Tratado de Lisboa. Sin embargo, esta legislación se ha mostrado claramente obsoleta en las múltiples crisis migratorias vividas en las fronteras de la UE, sobre todo en el Mediterráneo, en las últimas décadas. En teoría, las políticas de inmigración se regirán por el principio de solidaridad y de reparto equitativo de la responsabilidad entre los Estados miembros, también en el aspecto financiero, pero la guerra de Siria y las terribles imágenes de las pateras tratando de llegar a nuestras costas, ha demostrado la ineficacia de estos principios.

Un problema muy dispar

El perfil de la inmigración refleja distintas situaciones dentro de los países europeos. Mientras en España o Luxemburgo los nacidos en el propio país de destino apenas alcanzaron el 5% de los inmigrantes que entraron a sus fronteras, en otros como Bulgaria o Lituania se situaron en torno al 50%. Además, la inmigración procedente de países no pertenecientes a la Unión Europea superó ampliamente a los del ámbito comunitario en España, representando el 78,2% del total. Otros países que registraron grandes porcentajes de inmigrantes extracomunitarios sobre el total fueron Eslovenia (81,02%), Macedonia del Norte (78,6%) y Croacia (77,5%). Por otra parte, solo en Eslovaquia, y Luxemburgo, la mayor parte de los inmigrantes procedían de países de la Unión Europea. Alemania ha sido tradicionalmente uno de los países que más inmigrantes ha recibido. Solo la han superado dos países: España de 2005 a 2007; y Reino Unido de 2009 a 2011.

Necesitamos inmigración

Europa ha recibido personas refugiadas a lo largo de toda su historia. La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 nació en respuesta a las apremiantes necesidades que tenían las personas refugiadas a causa de la II Guerra Mundial. Desde entonces, el continente europeo ha sido refugio de seres humanos que huyen de conflictos, persecuciones y violaciones a los derechos humanos. Una realidad con un trasfondo claro de respeto de Derechos Humanos. Un total de 2.026 personas fallecieron o desaparecieron en el mar en su camino hacia Europa en 2021. En realidad, en los últimos años, la UE ha demostrado una absoluta incapacidad para elaborar una política migratoria común, coherente y multidimensional: la gestión de la inmigración se sigue caracterizando más bien por la externalización de las fronteras comunitarias, la lucha contra la inmigración “no controlable”, y la definición de estatus jurídicos distintos y discriminantes entre el colectivo migrante. Pero la realidad demográfica de la Unión, cuya pirámide de población envejece año tras año, debería aunque solo fuera por pragmatismo, obligarnos a poner en marcha una política común migratoria que hiciera sostenible nuestro Estado del bienestar. La ecuación de no tener hijos y no querer inmigrantes es simplemente un suicidio.