Aveces nos cuesta creer algunas cosas de Boris Johnson. El hecho de que un auténtico indeseable desde el punto de vista político –por racista, homófobo o misógino– haya sido echado de su puesto por los suyos y que haya pretendido volver cuando a su sustituta le pasa lo mismo mes y medio después nos resulta difícil de entender a los demás. Y más aún, que sus posibilidades de hacerlo fueran lo bastante reales como para que volviera del Caribe, adonde supongo que volverá ahora. Y nos pasa algo muy parecido con Trump.

Y la cuestión es que nos olvidamos de algo fundamental. No me gusta, pero nos guste o no nos guste, la gente que vota por esas opciones, tanto allí como aquí, adoran ese racismo, esa misoginia y esa homofobia. Es más, les encanta escuchar esas cosas de gente que perciben como poderosa.

Llevamos, afortunadamente, unos cuantos años en los que, para el sentir general, ese racismo, esa misoginia y esa homofobia son inaceptables. No se puede ir por ahí siendo racista, homófobo o misógino sin percibir cierto rechazo social, que antes no se daba. Y eso es un progreso para la humanidad, vistos los antecedentes del siglo pasado. Y por eso personajes como Johnson –o Trump, que al fin y al cabo era su modelo– son tan perjudiciales. Porque mucha gente aún tiene esos fanatismos y les encanta verlos respaldados y aprobados por alguien que perciben como muy importante o poderoso, porque les hace sentirse bien. Al final, todo va de sentimientos, no de racionalidad. Todo eso nos devuelve a los años 30, como si no hubiéramos aprendido nada. Tenemos que evitar que estos polvos nos vuelvan a traer esos lodos.

Sí, afirmo que el racismo, la homofobia y la misoginia son fanatismos. El otro día llegué incluso a ver por ahí un llamamiento a que seamos tolerantes con los intolerantes, para no dar así votos a la ultraderecha. Eso me suena a una especie de si no puedes vencerlos, únete a ellos. Conmigo que no cuenten, desde luego.

@Krakenberger