Con fecha 13 de octubre, la Fundación Sabino Arana organizó la presentación del libro de Koldo Anasagasti sobre la que se puede considerar Cuarta Radio Euskadi, La Txalupa, que emitía desde Venezuela gracias al esfuerzo rayano en la épica de personajes como Alberto Elosegui, Iñaki Anasagasti, J. J. Azurza, Jokin Inza y otros que representan la forma más honesta de entender la política. Ellos luchaban por una causa liberadora; en condiciones de clandestinidad; con la fuerza que proporciona la convicción firme y sin esperar nada a cambio.

Observar el ejemplo de La Txalupa contrasta poderosamente con algunas de las distopías que caracterizan la política de hoy.

La semana pasada, un jurado de Estados Unidos ha dictaminado que el teórico de la conspiración Alex Jones pague 965 millones de dólares a varias familias de las víctimas del tiroteo en la escuela primaria Sandy Hook por haber estado propagando noticias falsas acerca de aquella tragedia. Este personaje, en su alegato final, no fue capaz de pedir perdón a los familiares de las víctimas presentes en el juicio, revictimizándolas con su actitud chulesca.

La televisión de Alex Jones es una de las muchas promovidas por Donald Trump que, junto a su dominio de las fake en las redes sociales, consiguió ganar unas elecciones y amortizar al Partido Republicano.

No es sorprendente el apoyo de Donald Trump a una representación teatral de Vox que pretendía recrear la historia de España, tal como la entienden ellos de forma ahistoricista, con un formato más propio de una fiesta de fin de curso de un colegio que de una representación con pretensiones. Me llamó la atención particularmente la presencia de algunos reyes godos con la vestimenta de la época y zapatillas Nike.

Tampoco sorprende el apoyo de personajes como Viktor Orbán, Andrzej Duda, presidentes de Hungría y Polonia respectivamente y afines ideológicamente a Vladímir Putin.

Estos apoyos de Vox los realizan auténticos autócratas, que obtienen el poder a través de pretendidas elecciones libres. Sus resultados mutan cuando utilizan contra la voluntad ciudadana el poder del aparato del Estado. Estos autócratas invocan como la defensa de los valores y cultura de sus países, el valor y la cultura personales, incorporando como aval la confesionalidad de sus propuestas (es curioso el apoyo del patriarca de la iglesia ortodoxa Kirill a la invasión de Ucrania y las bestialidades del ejército ruso).

Algunos todavía podemos recordar el apoyo de la iglesia católica al General Franco que entraba en la Catedral de Santiago bajo palio y durante un tiempo prolongado usó el confesionario para la transmisión de su ideología (por cierto, nunca demasiado bien conocida salvo la inequívoca simpatía por el fascismo).

Se utiliza, en la actualidad, en el Estado español por los partidos de la derecha y de la extrema derecha el concepto de patriotismo constitucional. Deberíamos plantearnos si eran patriotas constitucionales los que gritaron “cabrón” o “hijo de puta” al presidente democrático del gobierno paradójicamente el denominado día de la patria.

En otros ámbitos nos encontramos con otro tipo de paradojas. Se invoca por parte de las instituciones públicas, hinchando el pecho, la digitalización de sus administraciones. Esta buena acción ha dejado sin posibilidades de acceso a efectos de ejercitar sus derechos u obtener los servicios que las instituciones deben proporcionar a millones de ancianos que no utilizan las tecnologías de la información y a la mayoría de los colectivos vulnerables que tampoco. Resulta paradigmático que la burocracia que hay que superar para acceder al Ingreso Mínimo Vital ha impedido que el 60% de quienes tienen derecho a su percepción puedan hacerlo.

Tiene también un cierto grado de distopía en el ámbito sanitario los diagnósticos de enfermedades por vía telefónica. Todavía recuerdo en los libros de texto de mis hermanos médicos cómo la mera imposición de las manos de los profesionales de la medicina a los enfermos ya poseía efectos terapéuticos, no es previsible que las consultas telefónicas cumplan esta benemérita función.

También sorprende este intento de enfrentar a las generaciones de personas mayores con las generaciones jóvenes, convirtiendo en un debate con pretendido fundamento macroeconómico el incremento de las pensiones en conformidad con el IPC. Este incremento de las pensiones no solo es un mandato constitucional (artículos 41 y 50 de la CE) sino que su cuantía carece de cualquier relación de causalidad con las dificultades de integración de los jóvenes en el mercado de trabajo, cuando la oferta de trabajos temporales o becas o nada para el trabajo de los jóvenes está absolutamente generalizada. En realidad los jóvenes son las víctimas no de los jubilados sino con un país brutalmente desigual en relación al reparto de la riqueza.

Podríamos citar muchas otras cuestiones entre las que podríamos destacar la miasma en que ha incurrido el poder judicial español. Ha tenido que dimitir el presidente del CGPJ para que se retomen conversaciones, esperemos que serias, para reformar la composición de un órgano compuesto por vocales cuyo mandato lleva 4 años caducado.

Un órgano como el CGPJ, que ni siquiera puede nombrar magistrados del Tribunal Supremo cuyas vacantes crecen peligrosamente, haciendo peligrar el derecho a la tutela judicial efectiva, que reconoce a los ciudadanos la constitución.

No sé si todas estas circunstancias son las que calificaba Joel Cohen, padre de nociones como la antipolítica o política líquida.

Afirma este politólogo que la política actual se basa en la inmediatez de las propuestas que quedan amortizadas por otras al día siguiente. Por la hegemonía de los mass media que obliga obsesivamente a buscar el corte del informativo o a crear poderosos sistemas informáticos con la intención de desinformar. Por la ausencia de causas dignas por las que comprometerse. Por la generación de élites dominantes cada vez más jerarquizadas y herméticas, en fin el mundo que nos toca.

Jurista