Los medios de comunicación dan cuenta de una oleada de pinchazos a mujeres jóvenes en los recintos festivos de los pueblos y los relacionan con la sumisión química con fines delictivos. El fantasma de La Manada pulula en el ambiente, pero la afluencia juvenil femenina a los eventos no decae. Mejor.

Me ha extrañado la cantidad de información adicional que los medios y, lo que me parece más grave, las policías, han facilitado sobre las características, mecanismo de acción, periodo de latencia, farmacocinética y farmacodinamia de algunos fármacos a los que, con esa licencia otorgada por quienes deberían ser más discretos, ahora nos referiremos.

Lógica la utilización del fenómeno por parte de los grupos feministas que, por elevación, construyen sus interpretaciones en la línea que les caracteriza, y discutible el apoyo político a los puntos morados, a riesgo de convertirse en checas que juzguen y condenen. De momento, tienen su propio protocolo. Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras.

Apliquemos el sentido común. Todos hemos recibido alguna inyección. La administración de un inyectable supone que debemos montar la jeringa, con su émbolo y aguja. Cargarla a partir de un vial. Pinchar en el músculo. Acción que producirá una reacción por parte del paciente. Impulsar el émbolo con rapidez para que penetre el fármaco, lo que producirá cierto dolor a la víctima y, por último, retirar la aguja. Por lo menos diez segundos, los suficientes para que la persona agredida reaccione. Si el escenario es la pista de una discoteca u otra aglomeración en el exterior, el ejecutor no va a disponer del tiempo suficiente para elegir la zona adecuada para el pinchazo y existen muchas posibilidades de que pinche en hueso. Es imposible que esta actuación pase desapercibida a una persona en condiciones normales. Por último, y si todo lo anterior ha salido bien, cosa que dudo, debe esperar al efecto del fármaco, que no será como la purga de Benito. Complicado. Más parece una gamberrada.

De lo que no hay ninguna duda es de que se trata de otra forma de violencia y un delito contra la salud pública por los graves riesgos de transmisión de algunas enfermedades víricas como el VHS o la hepatitis B. Todos los años se producen accidentes por pinchazos involuntarios entre profesionales sanitarios, algunos con fatales consecuencias.

Según algunos autores, una de cada tres agresiones sexuales en los últimos cinco años podría haberse producido con la víctima bajo estado de sumisión química, definida como la agresión sexual, robo, extorsión y/o maltrato que sufre una persona a la que se le ha administrado de forma deliberada una sustancia psicoactiva para anular su voluntad.

De las 3.001 agresiones sexuales constatadas por el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses el año 2021, se analizaron muestras de 994 víctimas ante la sospecha de sumisión química y el 72% arrojaron un resultado positivo.

La droga más utilizada es el alcohol, presente en casi un 80% de los casos, casi siempre consumido de forma voluntaria por la víctima.

En menor medida, la ketamina, utilizada por vía intravenosa, como sedante en medicina humana y anestésico en cirugía veterinaria y a modo de droga recreativa, kit-kat, en forma de polvo o pastillas, mezclada con la bebida, por el efecto alucinógeno caracterizado por relajación, percepción sensorial amplificada, desorientación, amnesia y cuadros disociativos, en los que el individuo percibe que su mente se separa del cuerpo.

Otro grupo de fármacos utilizados son las benzodiacepinas, sedantes muy utilizados en medicina y habituales en demasiados botiquines domésticos. Me refiero al diazepam y otros acabados en “pam”, que mezclados con el alcohol resultan muy peligrosos.

De forma muy puntual se utiliza la escopolamina, más conocida como burundanga, con efectos similares a los descritos y que ya se utilizaba en las culturas precolombinas.

Una característica común a estos fármacos es su falta de olor, sabor y color, así como su pronta desaparición en sangre y orina pero, como ocurre con todos los tóxicos, se acumulan en pelos y uñas y son fáciles de evidenciar mediante el uso de la espectrofotometría de absorción atómica, pomposo nombre que esconde una técnica habitual en laboratorios de cierto nivel que detectará el tipo de sustancia química ingerida y el momento cronológico en que se hizo.

Seguro que Osakidetza ya ha puesto a punto la técnica laboratorial específica de actuación.

Talibanes

“Tienen que vender a sus hijas para poder comer”, dice el galardonado freelance del desinformativo de la cadena pública vasca, en referencia al primer aniversario de la “liberación” de Afganistán y su más que crítica situación económica. Y me revuelvo incómodo en mi heredado sillón incorporador. Realmente, es una situación impresionante. Principal objetivo de la incompleta y tergiversada noticia: Impresionar al televidente.

Nos oculta que situaciones parecidas ya se daban durante los 20 años de ocupación occidental y ocurren en otros países del entorno. Los medios trabajan para quien los controla.

Callan que Biden tiene congelados 7.000 millones de Afganistán depositados en Estados Unidos que podrían paliar la crisis humanitaria, pero no los libera porque desconfía de la capacidad de gestión del Banco Central de Afganistán y pretende destinar ese dinero para compensar a las familias de las víctimas del atentado de las Torres Gemelas.

La ONU consideró que Estados Unidos debería liberar esa rapiña y llamó tanto a Kabul como a Washington a flexibilizar sus posturas para alcanzar un acuerdo y atender los desafíos humanitarios del país, en un contexto de inflación y hambre entre la población.

Hoy domingo

Ensalada ilustrada. Bonito con tomate. Melón. Vinho Tinto Escadaria Maior Premium de Albenaz 2020 (Portugal), obsequio de Yolanda y Xabier. Café.