e acabaron las carreras para coger el bus del cole, o el repetirle a tu hijo que desayune porque se le va a hacer tarde. El curso se acabó. Es el momento de recibir las notas. No son la única, ni puede que la mejor de las formas de medir las capacidades de los chavales, pero tengo muchas dudas con la nueva tendencia de abaratar el aprobado. Sé que solo el esfuerzo no sirve en la vida, pero, ¿es posible algo sin esfuerzo? El tiempo nos lo dirá.

En la misma línea, se supone que hoy los padres tenemos más formación e información sobre la educación de nuestros hijos. Sin embargo, no sé sinceramente si lo estamos haciendo mejor. Hace unos días, junto a mí en el bus, una madre comentaba con su amiga que no sabía qué regalarle a su hijo por las notas. Ambas fueron haciendo un repaso, pero el crío ya lo tenía todo: el móvil, la play, la bicicleta... Me sonrojé, no por ellas, sino por mí, al confirmar que mis hijos, como aquel niño, al menos en lo material, iban bien servidos.

Recordando esta escena, he conectado con mi infancia. Tengo grabada en mi mente la imagen de ese chaval de diez años o así, que aún medio dormido veía el encierro por la televisión para después, con el frescor de la mañana trepando por los pantalones cortos salir de casa para llegar al portal de sus aitonas, pero no tocar su timbre, sino el de su vecina. Mariajesús se llamaba. Andereño de las de entonces, con la que mis padres acordaban no solo repasar lo impartido ese año, sino prepararme para el curso siguiente. Es ahora, justo mientras hago las maletas para irnos en familia a Port Aventura como regalo de fin de curso, cuando me percato de que al final de aquel pasillo largo y oscuro, rodeada de libros y bajo una luz tenue, no solo estaban Mariajesús y sus ejercicios, sino un obsequio que entonces no supe valorar y aún hoy sigo disfrutando: un billete a la curiosidad. l