utin ha puesto patas arriba la geopolítica europea. Su invasión de Ucrania ha movido todas las piezas del escenario continental, hasta el punto que Estados tradicionalmente neutrales y pacifistas como Suecia, se lanzan cuesta abajo y sin frenos a solicitar la entrada en la OTAN. Si eso ocurre en el aspecto defensivo, algo similar sucede con el deseo de pertenencia a la UE de Ucrania y Moldavia. Ser miembro de la Unión es para estos países una garantía de seguridad económica y social ante los deseos expansionistas del inquilino del Kremlin. Pero esa urgencia choca con los intereses de los Estados de los Balcanes que desde más de una década negocian su adhesión al club de los privilegiados europeos. Ante este cúmulo de solicitudes, el presidente Macron lanzó el pasado 9 de mayo, Día de Europa, la idea de la creación de una Comunidad Política Europea. Nada nuevo bajo el sol, pues, su antecesor François Mitterrand y el ex primer ministro italiano Enrico Letta, ya hablaron en su día de la necesidad de una Confederación Europea.

La ampliación de la UE a los Estados del Este, tras la caída del muro de Berlín, ha supuesto más complicaciones y quebraderos de cabeza que beneficios concretos a la Europa que se fundó con el Tratado de Roma. La impresión de las instituciones europeas es que su incorporación fue muy precipitada y que los países que había vivido décadas bajo el poder soviético, no asumieron los principios fundacionales de la UE y se entregaron a dirigentes nacionalistas para defender sus intereses particulares, más que a construir el proyecto común de Europa. Los ejemplos de Polonia y Hungría son los más evidentes y ambos están expedientados actualmente por Bruselas por incumplimiento del Tratado en derechos fundamentales. Por ello, ante la solicitud de adhesión de Ucrania y Moldavia, en modo emergencia, los 27 se tientan la ropa y se plantean nuevos tipos de asociación con el club. Se trataría de un enganche original que les diera cabida, pero con un estatus intermedio, una especie de derecho de voz, pero no de voto.

La realidad es que la Europa a dos velocidades no es novedosa, pues, de facto ya se produce. El Eurogrupo, formado por los Estados miembros de la UE que forman parte de la moneda común, es un ejemplo claro. Pero hay otros: el Espacio Económico Europeo (EEE), los acuerdos bilaterales (Suiza), el estatuto del Reino Unido, etc. Y la propia Ucrania tiene un acuerdo de asociación con la UE en vigor desde 2017. Para ser miembro de la Unión formalmente, un país debe asimilar el acervo comunitario a su legislación nacional, mejorar su economía y ser una democracia liberal. Son los llamados Criterios de Copenhague. Pero la realidad es que existe otra norma no escrita, que consiste en la capacidad de formar parte del Mercado Interior que puede ralentizar sine die la entrada. Eso provoca la impaciencia de los Estados que solicitan la incorporación y que han cumplido los criterios políticos, pero no los económicos. La idea de una comunidad política europea respondería a esta necesidad y se ha convertido en un imperativo a la vista de los desafíos geopolíticos en el frente oriental, pero también en los Balcanes occidentales.

Pertenecer a la Comunidad Política Europea CPE, supondría una forma de asociación a la vida institucional de la UE. Tener cumbres periódicas con los líderes de los 27, integrarse en los partidos políticos europeos, participar en la actividad del Parlamento Europeo y formar parte también de determinados debates de los Consejos Europeos, especialmente, en política exterior. Además, el hecho de ser miembro de la Comunidad no supondría dejar de aspirar a ser miembros de pleno derecho de la Unión. Por ser muy claro: la idea de fondo es crear una plataforma política que permita a los Estados que deseen formar parte de la UE empezar a disfrutar de las ventajas de serlo y transitar un camino seguro hacia la incorporación. Ello apaciguaría las impaciencias lógicas de quien, por ser parte de Europa, tiene como objetivo participar en el espacio más importante del mundo de paz, libertad y democracia. l