n vaso cae desde lo alto de la mesa. Crash. El camarero pone cara de circunstancias mientras ellos, sentados, ponen cara de "ya que estamos, saca otra". Alguno mira su pantalón, no sea que lo que quedara de la cerveza le hubiera salpicado. Pone cara de persona que va por la vida preocupada por llevar bien los bajos del pantalón. Una cara de molestia y de no sabes quién soy yo tan habitual los sábados por la noche en garitos de poca luz. "¡Tranquilo, que ya casi no quedaba!", justifica desde la felicidad del momento el culpable del atroz delito. La otra respuesta a esa cara impostada podía haber sido "no sé quién eres y tampoco es que importe mucho aquí quién seas". En la mesa de al lado, ella espera a que él vuelva del baño. Tuvieron su aquel años atrás. Allá quedaron, él y su aquel. Digiere una situación personal que le ha contado, sin saber por qué se lo ha contado a ella. Le agradece la confianza, pero tantos años después... La música cómoda cada vez es más incómoda. Más bulliciosa. Es sábado por la noche y el martes la mascarilla quedará oficialmente atrás. En el bar se mezclan los que acaban de llegar con los que están a punto de retirarse. La vida se empieza a parecer a lo que era. A lo que pensábamos que era. A lo que creíamos que siempre sería. Hasta que cayó de lo alto de una mesa.