uchos lo recordarán, eran otros tiempos. El Madrid gobernaba con puño de hierro en la capital y cada vez que se le presentaba la oportunidad humillaba a su vecino, que no era capaz de ser competitivo en los derbis. El 26 de noviembre de 2011, en el Fondo Sur se desplegó una pancarta que iba a pasar a la historia cuando ya dominaban con nitidez en un duelo que finalizó 4-1 para escarnio de unos y sonrojo de los otros: "Se busca rival digno para derbi decente, razón aquí". No es fácil vivir a la sombra del coloso blanco, que acapara todo el poder y cuyos tentáculos alcanzan todos los estamentos. Recuerdo incluso que asistí a lo que fue el germen de semejante desprecio en la anterior visita atlética al coliseo de Concha Espina en una gélida noche madrileña en la que, con Mourinho y Quique Sánchez Flores en los banquillos, los colchoneros se pusieron pronto por delante gracias a un gol de Forlán en la ida de una eliminatoria de Copa. Todavía resuena en mi cabeza que los cerca de 1.000 aficionados rojiblancos, la mayoría miembros de la cloaca de su fondo, ultrajaron el frío silencio de la parroquia local con un incesante y cansino: "Madridistas, hijos de puta". Como suele pasar con estos cánticos que se prolongan de forma premeditada para que no se detengan en los 90 minutos, las pocas veces que su equipo asomó la cabeza cerca de los dominios de Casillas, se venían arriba y recobraba fuerza al sumarse muchas voces, insisto, ante la indiferencia local.

Como sucede tantas otras veces, el Madrid remontó y en el minuto 88, Ozil asestó un golpe letal al anotar el 3-1. Y en ese momento sí, la algarabía blanca fue total y dirigieron a la grada visitante todo tipo de burlas y humillaciones. Me acuerdo que mientras abandonaba el estadio pensaba en lo duro que había tenido que ser para los atléticos salir tan vejados después de haberse frotado las manos antes de tiempo. Después de esa pancarta, castigo de Dios, apareció Simeone y, aunque también le costó, se tomó la venganza. Esta llegó en la final de Copa de 2013 al imponerse 1-2 en el mismísimo Bernabéu ante las incontrolables lágrimas de emoción de su parroquia. No es sencillo lidiar con ese sentimiento de revancha. Dicen que el que clama por vengarse demuestra que tiene sus heridas abiertas, pero también que la venganza más cruel es el desprecio de toda venganza posible. Es cierto que a nosotros no nos han sacado una pancarta tan dolorosa, pero yo me he sentido un poco degradado por las dos palizas que nos ha infligido el Betis. A lo que hay que añadir las dos eliminaciones coperas ya con Imanol en el banquillo, con todo lo que ello significa en materia de competitividad. Lo que no tengo tan claro es si nos interesa apelar al ardor de ese espíritu de revancha, porque a veces incluso es mejor disimular el daño producido, sobre todo si tenemos en cuenta lo mucho que hay en juego otra vez. Haya pasado lo que haya pasado, este duelo ya es por sí mismo lo suficientemente importante como para afrontarlo como si se tratara de una auténtica final, sin tener en cuenta la identidad y los soldados del enemigo que nos espera a las puertas armado hasta los dientes, por mucho que le aguarde la gloria a la vuelta de la esquina.

Mi inquietante diagnóstico a lo sucedido en las dos fechas para olvidar en Anoeta en Copa y Europa League es que el miedo a perder nos descompuso. Como le escuché a Valdano: "Cuando hay más miedo a perder que deseo de ganar es muy difícil mantener el nivel del juego". No puedo olvidar que todo ese cóctel de expectación, ilusión y deseo acabó convirtiéndose en una maldita cicuta para nuestro sueño. A mí me duele que después de dos años en los que nos hemos sentido los más guapos, los que mejor jugamos y los que respiramos un mejor ambiente en nuestro estadio hayamos sido superados por un rival directo que, insisto, pese a cruzarnos la cara en dos ocasiones este mismo curso, continúa sin parecerme muy superior a los nuestros. Aunque está claro que fue mucho más vejatorio el 0-4, por todo lo que implicaba, sí que hubo una circunstancia en el choque de ida disputado en el Villamarín que fue la agresividad con la que lo celebró una afición que siempre ha destacado por ser una de las más apasionadas de la Liga. Aparte de imitar a Anoeta, con ese baile de espaldas que, desconocíamos, ofende tanto a los socios más veteranos de los vecinos, también se mostraron especialmente ofensivos con unos realistas que, dicho sea de paso, nunca han tenido ningún motivo aparente de confrontación. Con ellos. Solo les ve como un rival directo porque pelea por los mismos objetivos con el añadido ahora de que ahora cuenta en sus filas con cuatro exrealistas que cada vez que nos golpean, como es normal, nos provoca el lógico mayor escozor.

Pero sí hay algo que a mí me dolió especialmente. Y fue esa comunión con la grada que se multiplicó gracias a la goleada de la Copa. Ese apoyo incondicional de un público entregado y rendido al fútbol de los suyos. En este sentido, al menos yo, he tenido la desazón de sentirme destronado. Me da rabia, porque durante unas semanas y con el agravante de una sequía goleadora dramática, Anoeta me ha parecido más frío. Como si estuviésemos un poco cansados por el indiscutible bajón que ha experimentado el show time txuri-urdin y el ánimo no sea el mismo a pesar de la inmaculada trayectoria liguera de nuevo de los de Imanol. No hay mejor receta para recuperar el buen sabor del guiso, que una convincente victoria que suture cicatrices y permita recuperar el calor y los decibelios perdidos en Anoeta. Eso por un lado, pero por otro, que parece mentira que seamos la Real y sea Imanol nuestro entrenador, que no se abran las puertas de Zubieta en Semana Santa para que los niños puedan ver de cerca a sus ídolos. No me gustaría que en este escenario de gozo deportivo, porque lo es, nos olvidáramos del mayor activo del club y cundiesen malas costumbres como el abominable trato que está recibiendo la única peña del Femenino. O ver ayer mismo a familias de vacaciones esperando tras la verja a los jugadores para que les firmen, como si fuera la rotonda de Valdebebas. Lo digo con contundencia, eso seguro que no queremos ser. Seguro.

Con los pies en el suelo, la mente fría, la autoconfianza recobrada gracias a los resultados y sin ningún miedo o complejo, la Real está obligada a recordar que su visitante de esta noche le ha privado de estar muy cerca de poder sumar el segundo título de Copa en dos años. Este con gente, como la hemos echado tanto en falta a la hora de celebrar el aniversario del Para siempre. Nos arrebató de las manos la gloria. En nuestra propia guarida. Hizo llorar a nuestros niños. Esa puñalada está ahí, pero ahora llega la hora de apretar los dientes y simplemente demostrar de lo que realmente somos capaces, porque nos tiene que mover más un sentimiento de reivindicación que de venganza. Un viaje este último, que suele exigir al iniciarlo el cavar dos fosas. Y esta Real se siente muy viva y parece estar tan convencida en este sprint, como aquel equipo de Montanier que despegó hasta aterrizar en la Champions. Primero el Betis. ¡A por ellos!