conomía de guerra, emergencia económica, estanflación.... Son términos que ya los teníamos olvidados de nuestro vocabulario cotidiano como conceptos de un pasado lejano y referentes de situaciones históricas nunca deseadas, pero que han vuelto de una manera sobrevenida para quedarse durante algún tiempo, probablemente, más largo del que desearíamos.
La invasión rusa de Ucrania y sus graves repercusiones en la economía mundial, sobre todo en la europea, va a provocar la intervención de la UE y de los gobiernos europeos en el sistema eléctrico para desligar el precio del gas del de la luz y, con ello, mitigar incrementos del IPC tan importantes como el 7,4% registrado el pasado mes de febrero en Euskadi, nunca vistos desde hace varias décadas. Esta subida tiene su origen en el fuerte aumento de la factura eléctrica, a la que hay que subir el alza de los precios de la gasolina y de los alimentos.
Pero el desatado incremento del IPC no se ha producido con la invasión de Ucrania y la dependencia de algunos países al gas y petróleo ruso, sino que en nuestro caso ya se estaba registrando desde el pasado mes de octubre, cuando comenzaron a subir los precios del gas y, con ello, el alza de los costes de la energía eléctrica por los derechos de emisión del CO2 con repercusiones graves, tanto para los ciudadanos como para el conjunto de las empresas.
Si estamos en una situación de economía de guerra o de emergencia económica, ello quiere decir que no se puede mantener por más tiempo el actual status quo de generación eléctrica y los gobiernos europeos deben regular los precios de la electricidad y buscar la manera para que se puedan redistribuir entre los consumidores los ingresos procedentes de los beneficios del sector energético, los denominados windfall profits, y del comercio de derechos de emisión.
Si hay empresas grandes consumidoras de electricidad, como son las siderúrgicas, químicas, papeleras, etc., que están cerrando plantas para no encadenar pérdidas por el incremento desaforado de los precios de la electricidad, a lo que hay que sumar aguas abajo, en mayor o menor medida, todos los sectores productivos, lo pertinente es que los gobiernos intervengan el mercado con topes de precios, a pesar de ser una decisión extrema e inédita desde que se liberalizó el mercado eléctrico.
Y el alza desmesurada en el precio de la electricidad no solo está afectando a las empresas, sino también a los ciudadanos, que están viendo como sus facturas de luz se están multiplicando por seis por el efecto del gas en el mix energético, hasta el punto de que se va a producir un incremento sustancial de la tasa de hogares vascos que están en situación de pobreza energética, y que en la actualidad alcanza a uno de cada diez.
Al encarecimiento desmedido de los precios energéticos hay que sumar el alza de los costes de las materias primas y de la logística que, en Euskadi, afecta fundamentalmente a los sectores de automoción, maquinaria, construcción, fundición, oil&gas, logística y alimentación. La situación es muy preocupante, tal y como lo ha reflejado la patronal Adegi a través de una encuesta de urgencia entre sus empresas asociadas, en donde seis de cada diez compañías afirman sufrir los efectos del conflicto bélico en Ucrania, debido al incremento de los costes de la energía, los suministros y las materias primas. Una situación que podría recrudecerse en otros ámbitos si la guerra se prolonga en el tiempo.
El alza de los precios de la energía y de las materias primas está afectando a la facturación de las empresas al reducir de manera importante sus márgenes por la dificultad que tienen de repercutir esas subidas al cliente, con lo que se está produciendo una espiral de difícil solución. Un panorama que no es nuevo sino que viene del año pasado, con la recuperación de la economía tras la pandemia.
En el plano doméstico, la escalada de precios, a raíz de la inflación que estamos soportando desde el año pasado y que se ha agravado con la invasión rusa a Ucrania, puede suponer un aumento del 16% en el presupuesto de una familia en los gastos de alimentación, vestido y calzado, así como los relacionados con la vivienda como son el agua, gas y electricidad, más sanidad y transporte, si el escenario continúa invariable.
Con esta situación, el Gobierno Vasco debe virar su política hacía la soberanía económica, en donde la autosuficiencia energética es uno de sus aspectos más importantes, en un momento de cambio de paradigma en el mapa mundial que ha puesto fin a décadas de relativa estabilidad y cooperación entre las grandes potencias. No es ni más, ni menos, que volver al modelo de país que desde el Ejecutivo de Gasteiz se estaba planteando en la década de los años 90 del pasado siglo, y que dieron lugar a la puesta en marcha de instalaciones que, a día de hoy, se consideran estratégicas como la central de ciclo combinado Bahía de Bizkaia, en el puerto de Bilbao, así como la ampliación de la capacidad del gaseoducto de conexión con Francia que no se llevó a cabo y que ahora lamentamos por la dependencia de varios países europeos al gas ruso.
A pesar de las consecuencias terribles, entre las que destacan las humanitarias, que está teniendo la guerra de Ucrania, Euskadi -tras el error de haber abandonado la posibilidad de tener un músculo financiero importante con unas entidades fuertes y con peso en el sistema y no permitir su adquisición por bancos foráneos-, debe aprovechar las oportunidades que ofrece la actual crisis para convertirse en un actor de primer orden en el mundo energético.
Euskadi debe acelerar la inversión y puesta en marcha de proyectos de energía alternativa, tanto eólica como fotovoltaica, así como en el futuro que ofrece el hidrógeno para reducir la dependencia de fuentes energéticas del exterior, partiendo de la base de que la situación mundial no es para nada predecible y puede estar sujeta a continuos cambios de paradigma. Hace 17 días, nadie pensaba que el mundo iba a cambiar de la manera tan drástica como lo ha hecho y que ciudadanos indefensos tuvieran que huir de su país por la entrada de tanques invasores en el corazón de Europa.
Tenemos empresas como Repsol, a través de Petronor, Iberdrola, Gamesa, Ingeteam, Tubacex, ingenierías importantes, etc., que son líderes mundiales en el sector de las energías renovables, infraestructuras, conocimiento y capital humano, que pueden aumentar no solo la autosuficiencia energética de Euskadi, sino colocar a este país en un referente mundial por el gran conocimiento existente en esta materia.
En ese sentido, Euskadi tiene que plantearse una reflexión seria sobre sus capacidades en esta materia y sus interconexiones que comprometa a todas las sensibilidades ideológicas. Hemos llegado a la contradicción de que apostamos por la sostenibilidad y el medio ambiente y, sin embargo, no queremos que nuestros montes tengan molinos de viento, ni ensuciar nuestros campos con placas fotovoltaicas, ni tampoco explotar los pocos recursos de gas que contamos porque el procedimiento de extracción no es ecológico. Somos un país totalmente dependiente energéticamente y estamos pagando muy cara una energía que lastra nuestra economía, haciéndola poco competitiva en una espiral que, en la actualidad, nos está empujando a una inflación descontrolada.
Es la hora del compromiso y de reaccionar cuanto antes en una apuesta energética propia, si queremos que este país siga siendo competitivo.
Hemos llegado a la contradicción de que apostamos por la sostenibilidad y el medio ambiente pero no queremos que nuestros montes tengan molinos de viento