o me refiero a eliminar impurezas, líquidos y toxinas de nuestro organismo, función del hígado y el riñón en la mayoría de los mortales, y de algunas dietistas que derrochan tanta belleza y simpatía como falta de conocimientos, en los pijos. Me refiero a desintoxicar el cerebro.

Sigo con interés el galleo entre el diabólico Putin y el anciano Biden y sus paladines, Lavróv y Blinken, respectivamente. Soy parte interesada. Tengo dos nietas postizas ucranianas, Polina y Vicka, que acaban de regresar a su país después de pasar las navidades con mi familia. Han comido carne, leche y huevos sin preguntar su procedencia, y fruta en abundancia. Verdura y pescado, menos. Volverán en verano.

Tampoco sé gran cosa de geoestrategia, defensa, inteligencia o seguridad, pero me confieso alumno del coronel Pedro Baños. Admito que el covid-19 haya obnubilado, más si cabe, el sensorio colectivo, incrementando el miedo y la comedura de coco.

Entiendo que Ucrania es, y debe ser, un país soberano. Ya le arrebataron o recuperaron, según se mire, con dudosas artes, Crimea y Sebastopol en 2014. Tengo más dudas sobre la necesidad real de la OTAN y su ampliación, al desmembrarse el Pacto de Varsovia. Estoy convencido de que a Biden la ciudadanía de Ucrania le trae sin cuidado y que solo busca debilitar al máximo a Rusia. Y Europa a remolque de EEUU, haciendo el trabajo sucio. China observando.

No existen misiles y tropas rusas en las fronteras de EEUU. Existen submarinos ruskis varados a pocas millas de la costa estadounidense. También los hay yankees en los mares de Bering o de Barents. Por otro lado, no parece que las maniobras rusas representen ningún peligro para la seguridad territorial de EEUU.

Biden puede amenazar con una respuesta “decisiva” si los rusos instalan misiles cerca de sus fronteras, pero Rusia no puede decir lo mismo, conociendo la existencia desde hace años de armamento pesado y tropas americanas y de la OTAN en países cercanos a la frontera rusa, y buques con misiles de largo alcance en el mar Negro, que pueden representar un peligro serio para Rusia, “una comunidad de tártaros y cosacos sin civilizar”, para la ministra británica de Exteriores, Liz Truss, que también aporta su granito de arena. Como si no tuvieran bastante juerga en el 10 de Downing Street.

Los americanos actúan convencidos de ser el país elegido por Dios para dominar el mundo con tropas y, sobre todo, con desinformación a través de sus agencias de noticias, que facilitan a los medios su dosis diaria de toxina. El zar, un angelito, no se queda atrás. Gestionando la intoxicación informativa y el ciberespionaje, ambos son unos expertos. Sin remontarnos a la explosión del Maine en la Cuba de 1898, hace unas semanas estábamos instaurando la democracia en Afganistán, o buscando armas de destrucción masiva en Irak que jamás existieron.

En octubre de 1962 tuvieron al mundo en vilo por aquellos misiles que el maligno Kruschev había instalado en Cuba, hasta que John F. Kennedy le convenció de buenas maneras para que los quitara. Milonga gorda. El que tuvo al mundo en riesgo de guerra atómica desde 1957 fue Ike Eisenhower, que instaló en Turquía varios misiles atómicos y en el sur de Italia el misil de alcance medio PGM-19 Júpiter. Los rusos, que se habían sentido agredidos, los retiraron cuando los americanos hicieron lo mismo, comprometiéndose, además, a no invadir Cuba.

Ahora asistimos a un episodio similar. Organizan el problema y luego aparecen como salvadores. Me recuerda al oscuro episodio del 23-F, solo que en EEUU han desclasificado los archivos y aquí, unos y otros, no se atreven. Naturalmente, al asunto le surgen sus derivadas políticas, económicas y energéticas.

Estuve el pasado domingo en la manifa para protestar por el caos de la Atención Primaria. Dicen los manuales que no se debe temer al caos porque tiene un lado positivo. Nos permite reiniciar el ordenador y sacar enseñanzas, siempre y cuando quienes lo gestionen sean personas dotadas de una base amplia de conocimientos y no teman al trabajo. Abstenerse medianías y curiosos. Complicado. Si lo hacen kamikazes, como suele ocurrir, entramos en bucle, es decir, caos al cuadrado, del que es difícil salir. En el tema que nos ocupa, son varios lustros de parcheos. Mucho toro para poca novillera.

. Un artículo de The Lancet del pasado 19 de enero se refiere a las resistencias a los antibióticos (RAM) como consecuencia de su mal uso y utilización indiscriminada en la segunda mitad del pasado siglo, tanto en salud humana como en animal. Ocasionan la muerte de más de un millón de personas al año de forma directa y de otros cinco millones de forma colateral, al resultar ineficaces frente a seis superbacterias muy conocidas, y especialmente letales, a las que, hasta hace unos años, creíamos tener controladas. Es decir, que esas seis bacterias causan más muertes que el sida, la malaria o el cáncer de pulmón, tráquea y bronquios. Y serán peores en el futuro cercano, ya que en menos de 30 años acabarán con la vida de diez millones de personas cada año, es decir, tres veces más que lo estimado para el covid en 2020. También en este tema irán peor parados los habitantes de los países pobres respecto a los países ricos, los niños menores de cinco años y las personas bajas de defensas.

En cuanto a las patologías más afectadas por la farmacorresistencia, las de las vías respiratorias inferiores, como la neumonía; las infecciones del torrente sanguíneo, ocasionando la sepsis y las infecciones causadas por apendicitis.

Entretenidos con la ómicron, Ucrania, la santa rapiña eclesiástica y Urdangarin, este asunto ha pasado desapercibido a pesar de su enorme importancia.

Caldo con tropiezos. Xapo en salsa verde y manzana asada al Pedro Ximénez con mermelada de limón Finca Santa Cruz. Txakoli Urruzola de Alkiza. Café, un chupito de Remigio y a ver con qué nos intoxica el desinformativo de ETB-2 para la cabezada.

El mal uso de los antibióticos causa la muerte de más de un millón de personas al año