no de los defectos del ser humano es que no le gusta lo sencillo aunque suspire por lo facilón. Imaginen cuántos ligues servidos se han quedado en nada desde que abrió el primer bar de la historia, cuántos goles se han fallado a puerta vacía y cuántos partidos ante rivales destensados ha dejado escapar la Real a lo largo de su historia. El ser humano suele preferir complicarse la vida ante lo sencillo. Incrédulo, incluso llega a pensar que es imposible que la misión que tiene delante sea tan fácil: mejor darle más vueltas a la cabeza hasta complicarla. Un profesor con el que aprendí Matemáticas en la ESO tenía la costumbre de que la primera ecuación de los exámenes fuera irresoluble o diera como resultado un número sospechosamente redondo. Al punto de que el alumno, al borde de un acantilado nublado, decía: "Algo he hecho mal". Con las normas para prevenir la expansión del COVID-19 empieza a ocurrir lo mismo desde que se abrió la mano de la normalidad. Son sencillas (mascarilla, geles y aire) y dan un margen de libertad, pero no nos creemos que la ecuación pueda ser tan sencilla. Y relajamos lo fácil. Es humano y hasta comprensible olvidarlo todo. Lo sencillo y lo difícil. Hasta que haya que recordarlo a base de palos. Ojalá que no.