oy, las pocas hogueras de San Juan que se enciendan mantendrán vivo el rito ancestral de las llamas que queman lo viejo, para dar fuerza a lo nuevo. A la vista de la temporada que llevamos de pintadas amenazantes y sonrojantes equilibrismos con los GAL, nos vendría muy bien quemar en ellas la idea de que el uso de la violencia mereció la pena.

Es una idea casi ausente del discurso público pero que, en cuanto uno rasca, sale porque ha sido estratégicamente silenciada y no éticamente extirpada. Ya no hacen gala de ello pero, unos y otros, muestran sus tendencias tanto con lo que dicen como, especialmente, con lo que callan. Estos últimos días nos ha tocado reavivar los GAL para ver como unos, no todos, no han tenido agallas para repudiar no solo lo ya conocido, sino incluso promover la depuración de todas las responsabilidades. A otros les ha faltado tiempo para seguir sacando réditos de ello, reclamando lo que para sí no reclaman. Unos y otros, puede que aún sigan pensando que aquel dolor fue un mal necesario y que mereció la pena. Muy al contrario, aquellos asesinatos, secuestros, torturas... no merecieron la pena.

La frase que uno lee al salir del campo de exterminio de Dachau dice que "aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a revivirlo". Euskadi y España se enfrentan al reto de recordar todo su pasado, y no solo parte de él. Tejer una memoria verdaderamente reparadora que incluya el sufrimiento provocado en aquel adversario político al que se etiquetó como enemigo. No vale pedir un día en memoria del daño que a uno le hicieron, y al siguiente, seguir aceptando como un mal menor aquel que uno, o los suyos, provocaron. No necesitamos ni fogatas del olvido para las violaciones de las que fuimos parte ni llamas que aviven más el dolor que nos hicieron, sino solo memoria que nos grabe a fuego, como sociedad, que todo aquello estuvo mal.