Mandela en ‘la montaña mágica’
Cuando el escritor alemán Thomas Mann, premio Nobel de literatura en 1927, escribía La montaña mágica; estaba lejos de imaginar que la mole que se alza sobre la pequeña población suiza de Davos -en cuyo sanatorio para tuberculosos se desarrolla la narración- llegaría a formar parte del escenario de una de las citas económico-sociales más importantes del mundo. El Foro Económico Mundial -World Economic Forum (WEF), en inglés- lo fundó en 1971 un académico alemán llamado Klaus Schwab (junto a Mandela en la imagen que ilustra este artículo) con la idea de que una conferencia periódica de dirigentes empresariales de todo el mundo podría hacer realidad su sueño: “Las corporaciones como socios que comparten la sociedad global, junto con el gobierno y la sociedad civil”. El resultado ha sido descrito en alguna ocasión como “el paraíso del arribista social”. El autor británico Niall Ferguson ha publicado recientemente un ensayo, La plaza y la Torre (Debate, 2018), de obligada lectura para profundizar en el conocimiento de la influencia de las redes sociales en la historia de la humanidad. Ferguson se muestra mucho más ácido al describir la cita de Davos y habla de una cebolla, un pastel de capas, “poblado no solo por ejecutivos destacados de multinacionales y políticos selectos, sino también por banqueros centrales, magnates industriales, titanes de fondos de inversión, agoreros, astrofísicos, monjes, rabinos, magos de la tecnología, conservadores de museo, rectores de universidades, blogueros de economía y herederos virtuosos”.
Gracias a Davos, Schwab puede afirmar hoy que es “el hombre más -y tal vez el mejor- conectado del planeta”. Pero también son muchos los que subestiman el poder de las redes de esas reuniones informales que ponen en contacto a gente tan dispar, y a veces decisoria. Pocos discursos en la historia del Foro han tenido más honda relevancia histórica que el que protagonizó en enero de 1992 un prisionero político recién liberado en la otra punta de la Tierra. “Nuestra independencia -les dijo a los delegados de la conferencia, mientras Schwab escuchaba muy atento con gesto de aprobación- nos exige que aunemos fuerzas para lanzar una ofensiva global por el desarrollo, la prosperidad y la supervivencia humana”. A continuación, procedió a enumerar los cuatro pasos que debía dar su propio país:
“Hacer frente? al problema de la deuda, la caída continua del precio de las materias primas que exportan los países más pobres y el acceso a los mercados de sus productos manufacturados.
Garantizar el crecimiento de nuestra economía (lo que) requerirá un crecimiento rápido y sostenido en términos de creación de capital o de inversión fija, recurriendo a fuentes de dentro y fuera del país para financiar esta inversión.
(Implantar) un sector público tal vez no muy distinto al de países como Alemania, Francia e Italia.
Ofrecer óptimas perspectivas a los inversores presentes en esta sala, tanto de Sudáfrica como del resto del mundo”.
Quien hablaba era Nelson Mandela y la esencia de su discurso era tan clara como sorprendente: a fin de atraer al país capitales extranjeros estaba listo para tomar el mando. ¡Vaya por dios! La figura más destacada del Congreso Nacional Africano (CNA) faltaba a uno de los compromisos centrales de su Carta de la Libertad de 1955: la nacionalización de las industrias y servicios sudafricanos fundamentales (energía, minería, finanzas?). Cuando Mandela fue encarcelado en 1962 era miembro dirigente del Partido Comunista de Sudáfrica, si bien siempre tuvo un fondo heterodoxo. “Debemos realizar un estudio a fondo de todas las revoluciones, incluidas las que fracasaron”, había escrito una vez en su diario. Durante su larguísimo y a veces salvaje encarcelamiento, Mandela fue transformando y matizando su pensamiento político, desde el uso y justificación de la lucha armada hasta la convivencia con los blancos. Pero nunca, nunca abandonó la reivindicación de la nacionalización de los sectores estratégicos de la economía sudafricana.
El viaje de Mandela a Davos se produjo en un momento decisivo para la historia de Sudáfrica. Le habían liberado en febrero de 1990 y seis meses después el Partido Comunista sudafricano fue legalizado y la lucha armada del CNA suspendida. Sin embargo, hacia finales de 1991, el país se hallaba todavía muy lejos de contar con un gobierno elegido democráticamente. El proceso de negociación multipartidista con el que se llegaría a una constitución democrática no se produjo hasta 1993 y las primeras elecciones libres no tuvieron lugar hasta abril de 1994. Muchos opinaban que era más probable que el final del apartheid desembocara en una guerra civil que en unas elecciones libres.
Lo que hizo de Davos un evento crucial, concluye en su ensayo Niall Ferguson, fue la integración de esa antigua red (de países que se seguían declarando comunistas) en la nueva red internacional capitalista diseñada por Klaus Schwab, una integración que resultó posible gracias a la adaptación por parte de los gobiernos chino y vietnamita de reformas económicas basadas en el mercado”. Otra cosa es el avance democrático, pues ni en China ni en Vietnam la fortaleza del mercado ha ayudado al desarrollo de la democracia, sino que ha fortalecido la dictadura del partido. Por no hablar de las desigualdades mundiales, próximas a la ruptura de la cohesión social, empezando por la misma actual Sudáfrica y terminando en la Europa más periférica. Cuando Mandela visitó La Montaña Mágica de Davos, no era plenamente consciente de las consecuencias de su viaje iniciático. Releo la Biblia y me encuentro con una grave advertencia en Mateo 25,29: “Al que tiene, se le dará más y tendrá en abundancia. Al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene”.