No se trata solo de pasar de página, es preciso cambiar también de libro, incluso de biblioteca. El discurso del PP está agotado y necesita urgentemente una renovación de ideas, de tácticas y de protagonistas. Por eso, el Congreso Extraordinario de los días 20 y 21 va a quedar en un tiempo muerto, un intento de prolongar la vida a un moribundo. Por mucha parafernalia propagandística que se le añada, el PP está en coma. La alargada sombra de Rajoy, la insoportable fragancia de la corrupción, la arrogancia de sus más estrechos colaboradores, lo invalidan para esta nueva etapa de la historia. No me refiero al gobierno: ni siquiera para la oposición. El Partido Popular ha caído en manos de los más anodinos, de políticos vulgares, con pensamientos zafios, y acciones barriobajeras. Son personajes atornillados a sus poltronas. Su preocupación no es innovar, sino imitar al líder. Un centroderecha para hoy no son ni el PP ni Ciudadanos, como tampoco lo fueron ayer (¡por favor!) AP, el CDS o UPyD. Se ha hablado de la crisis de la izquierda española, pero se ha obviado el desastre de la derecha, enmascarada solo por el poder. Hace tiempo que no se les escuchan ideas interesantes, ni argumentos bien construidos, ni iniciativas sorprendentes. Como mucho meras ocurrencias, adjetivadas con falsos patriotismos, e incluso insultos para dar más apariencia de seguridad. El PSOE les ganó por la mano, en la presentación de un Gobierno de “ministras y ministros”, y en vez de aplaudir, como hizo media Europa, su indiscutible preparación, trataron de desacreditarlo con fraseología rancia. Ahora Sánchez ha abierto el puerto de Valencia al Aquarius y a sus 629 inmigrantes, siendo criticado por Maillo, García Albiol, Rafael Hernando y compañía. La novedad es que el candidato Núñez Feijóo, el alcalde de Málaga Francisco de la Torre (PP) y los primeros ediles de otros 200 municipios han secundado la iniciativa, haciendo caso omiso a las directrices de los aparatos de su partido. Tal vez todo no esté perdido.