Como casi todo el mundo sabe, la denominada Semana Santa no tiene una fecha numérica fija en el calendario gregoriano por el que nos regimos, ya que desde el año 325, en el Concilio de Nicea, se decidió que el día de Pascua de Resurrección, gran clave festiva del año cristiano, se celebrara el domingo siguiente al primer plenilunio de primavera. Es la Luna Llena la que marca la pauta. Este año va a lucir el próximo sábado día 31, por lo que la Pascua cae en el domingo 1 de abril, que supone la culminación de la Semana Santa.

Hago esta introducción porque la sociedad actual va olvidando el por qué de unas vacaciones primaverales que se reciben muy a gusto. ¿A quién no le van bien unos días de descanso del curro o de cansancio placentero? ¡Y de procesiones! Por estos lares se mantienen vivas en pocos lugares como Hondarribia, Segura, Balmaseda y Bilbao, donde el lunes santo transcurrió, retransmitida por televisión, la dedicada a Ntra. Sra. de los Dolores, es decir, la Madre de Jesús, odiado por los poderosos religiosos y políticos, juzgado y crucificado el sábado más importante del año.

A lo que iba: este tipo de procesiones son típicas de Andalucía, donde suponen lo más imponente de la Semana Santa como espectáculo y devoción. Como típico es que, al paso de las carrozas con su respectiva efigie, desde cualquier rincón, balcón o ventana, se produzca la explosión de arrebatos populares en forma de cantos improvisados que denominan “saetas”. En Bilbao se produjo también este fenómeno nacido del alma andalusí, pero la sorpresa consistió en que, tras la saeta andaluza en gemido castellano, el ingenioso cantor la interpretara también en euskera. Agradeciendo la buena voluntad que supone intentar adaptarse a nuestra lengua, suplico y explico a los organizadores de estos eventos que en esta tierra se da el fenómeno de una rica literatura oral en euskera y que, si desean euskaldunizar una “saeta”, cosa imposible y ridícula, se pongan de acuerdo con un bertsolari y honren a quien toque en cada momento, sin perderse sus “saetas”, con unos cuantos bertsos, que es lo nuestro.

Después de leer en la prensa que a partir del 18 de marzo se iba a convocar una huelga indefinida en la vigilancia de los cuarteles de Loiola de Donostia, Simplicius se pregunta angustiado: ¿Dónde está la seguridad de España? Si su glorioso ejército garante de la Sacratísima Constitución, ese ejército que tan heroicamente de madrugada y con fuerte viento de Levante liberó la españolísima Perejil de las hordas sarracenas, no puede asegurar su propia defensa y la tiene que confiar a los civiles, ¿qué tranquilidad pueden tener hoy los españoles ante un ataque exterior? Simplicius se ha quedado temblando y le acompañan en su temblor todos los grandes héroes de la bélica española, desde don Pelayo hasta Federico Trillo, pasando por los Reyes Católicos y el Cid Campeador. Aunque eso de que empresas de seguridad civiles se encarguen de la protección de instalaciones militares, ¿no les parece a ustedes que huele como a “sobre”?