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El efecto Évole

Ayer me comí un pintxo de jamón de york, pero tuve mis reparos, la verdad sea dicha. El día anterior, como otros cientos de miles de personas, había estado viendo el demoledor programa de Jordi Évole en La Sexta. Salvados se metió hasta la cocina de la industria porcina, saltó vallas e hizo oídos sordos ante los noes y las trabas por parte de las empresas del sector. El programa deja la imagen de la industria muy dañada y a los espectadores, cariacontecidos, echándole un par de narices para comerse un filete de lomo. Las críticas al periodista de La Sexta no se hicieron esperar. Algunas muy autorizadas: veterinarios e investigadores que criticaron el alarmismo generado por Évole, e incluso le desautorizaron al decir que las imágenes que grabó tras colarse de noche en una granja, donde se mostraban cerdos en un estado lamentable, se correspondían a una zona de cuarentena para animales enfermos. ¿Se sobrepasó el periodista? ¿Ofreció una visión sesgada? Probablemente abordar el tema de la mano de veganos y ecologistas no le ayudó, pero la bomba no la explotó Évole, sino la propia industria con su actitud. Los silencios, a menudo, son una socorrida política de comunicación frente a los ataques. La utilizan casi todas las empresas. Pero no funciona con Évole.