No es un lema fácil el titular de la carta. Ya estamos en el meridiano del curso escolar y la vida sigue. Recuerdo aquella frase dura e incisiva del jesuita Anthony de Mello (Bombay 1931-Nueva York 1987): “Lo peor de todo es la hipocresía de los padres y maestros haciendo de modelos que luego no son capaces de cumplir”. Ya sé que no solo es válido para la enseñanza, sino para todo el espectro de profesiones, sean políticos o, por lo menos, para los que tienen una representación y responsabilidad pública. La primera exigencia de un padre, de un maestro, de un político o de cualquier cargo público es la coherencia, la honradez radical, que consiste en hacer lo que uno dice y ser un gran profesional. El modelo es que sabe ajustar la propia conducta a lo que enseña, la praxis a la doctrina. En un mundo agresivamente competitivo y de zancadillas constantes en todos los campos, el preocuparse por los demás puede parecer un quijotismo extemporáneo y, no obstante, es la manifestación más clara de la nobleza de ánimo. La nobleza de corazón no conoce la envidia, más aún, se alegra del éxito ajeno. Alegrarse por el éxito ajeno siempre me ha parecido la manifestación más clara y contundente de nobleza y grandeza de espíritu.