la relación y el debate entre realpolitik e idealismo se proyecta cada vez más en la cuestión nacional vasca. La primera es la política de la realidad basada en intereses prácticos y acciones concretas, de acuerdo con las circunstancias de su entorno, en lugar de priorizar principios morales, filosóficos o teóricos. Esto no significa que el realista no tenga principios, sino que no los usa para la toma de decisiones. Tiene por consiguiente una fuerte carga de pragmatismo. El segundo es la política que se niega a aceptar la realidad como el statu quo alrededor del cual debe girar un proyecto político y su modo de actuar, y prioriza la ruptura para inaugurar un sistema inédito de acuerdo con unos principios. El idealismo reivindica ser realista por cuanto lo que propone es la vía más costosa pero la única que puede llevarse a buen puerto.
Advierto, sin embargo, que ambas categorías no deben analizarse de manera absoluta sino como tendencias muy marcadas en diferente grado. Ninguna fuerza política es lo uno o lo otro en sentido puro y total. La diferencia se ve mejor si nos centramos en el debate sobre Estado vasco independiente.
Para el enfoque de realpolitik, en el marco general de la globalización y en el particular de un Estado español donde la correlación de fuerzas es favorable al nacionalismo español, no hay espacio cabal para defender la idea de un nuevo estado nación llamado Euskal Herria o Euskadi. Además, no hay una homogeneidad nacional. Vascos y vascas pensamos distinto y lo realista y, por lo tanto, conveniente es que “desde la heterogeneidad construyamos una entidad nacional vasca convergente en la que nadie tenga que asumir el modelo de nación del otro”. La globalización sella una nueva interdependencia que es el hábitat en el que vivimos, y el Estado español, con todo su arsenal impositivo, hace que el recorrido a la independencia sea razonablemente inviable. Sólo un pacto podría hacerlo posible, siendo que la vía unilateral además de hacer frente a la legalidad española con su 155, sería también una confrontación con la otra parte de la sociedad vasca que no comparte la ruta de la independencia. Pero esa posibilidad de pacto es casi al cien por cien improbable, pues el ADN de las derechas españolas contiene la unidad de España. Y la del PSOE, también.
Para el enfoque que llamamos idealista, curiosamente es el realismo lo que le lleva a afirmar que con España siempre seremos una nación sin derecho a decidir, sometidos a su Constitución, y que no es verdad que el pacto abra en el futuro la posibilidad de una Euskadi independiente. El idealismo, al apelar a valores como la libertad, la justicia y la igualdad, piensa que los derechos de toda la ciudadanía sólo serán posibles en un marco político diferente al actual, que deje a vascas y vascos capacidad de soberanía plena.
La realpolitik tiene a su favor que va en la dirección de la corriente. La mayoría de la población vasca no quiere sobresaltos, prefiere la estabilidad. Por consiguiente, la idea de que la política es el arte de lo posible tiene muchos apoyos. Además, la realpolitik alimenta la idea de que lo prioritario son las necesidades básicas: trabajo, prestaciones sociales. En contra tiene el hecho de que su ruta está mediatizada y determinada por la voluntad del estado que manda. La estrategia es ir ganando terreno mediante la confianza política, desplegando un nacionalismo que dialoga, pacta y renuncia explícitamente a la unilateralidad. La meta de la realpolitik es bilateralidad y máxima soberanía encajada en el Estado de manera libre, no impuesta unilateralmente.
El idealismo considera que los derechos marcan una hoja de ruta. No ya los derechos históricos que están siendo sustituidos por derechos democráticos. Tiene su fuerza, por un lado, en el mundo subjetivo de la conciencia y, por el otro, en la afirmación de que la independencia plena mejorarán las condiciones sociales de la población. Cuenta además con la fuerza de los sentimientos, de la épica, de la disposición a la lucha. El lado débil es el contexto estatal y global, pero el idealismo parte de la idea de que otra Europa y otra globalización es posible, y de que frente a una España cerrada se puede oponer un bloque nacional vasco mayoritario. Confía en la fuerza social y política de la parte vasca y no en acuerdos bilaterales que tienen muy corto recorrido.
El debate entre realpolitik e idealismo enfrenta un mismo problema: la pluralidad vasca. Para la primera se trata de llegar a sólidos acuerdos internos, entre vascos. Para el segundo de ejercer la democracia de acuerdo con las mayorías y minorías garantizando los derechos de estas últimas. Para la primera, la cohesión social pasa por un acuerdo que de satisfacción a todas las partes. Para el segundo, la cohesión debe venir de la aceptación de la democracia y de sus resultados en las urnas. Para la primera, el idealismo busca una confrontación social evitable. Para el segundo, el acuerdo idílico sería la aceptación de hecho de una ventaja para los unionistas a los que les basta con bloquear posibles acuerdos de signo soberanista.
La controversia no afecta sólo a las vías: bilateral versus unilateral. Tiene consecuencias en cuanto a la meta final. ¿Qué soberanía? ¿Cuánta autonomía o independencia? ¿Estado pleno o asociado? Son dos opciones legítimas. Pero deberían serlo asimismo, transparentes. Es decir que quienes defienden lo uno o lo otro lo digan con claridad. Sin retóricas ni discursos sofistas que digan una cosa y la contraria.
¿Hay un espacio de encuentro entre estas opciones? Es muy difícil que lo haya por cuanto la desconfianza mutua ejerce un papel disuasorio. El derecho a decidir podría serlo.
Pero las lecturas sobre su significado son lo suficientemente dispares como para pensar que de para un largo recorrido, aunque sería deseable.
Pensemos, además, que los realistas suelen tomar decisiones seguras y prácticas en comparación con los idealistas, que pueden estar dispuestos a tomar decisiones más arriesgadas.
Por otra parte, si la realpolitik logra resultados, el idealismo lo puede ver y vivir como una amenaza a que esa vía se muestre eficaz ante la sociedad. Si el idealismo avanza en su fuerza social y política, la realpolitik se sentirá cuestionada y vivirá bajo la presión de quien le quiere desplazar. Pero hay, a pesar de todo, espacios comunes: a) rechazo activo a todo intento de recentralización; b) trabajar el diálogo y el acuerdo con los diferentes al margen de los resultados; c) dar voz y voto a la ciudadanía para que decida sobre propuestas presentadas en igualdad de condiciones; d) hacer de la vía democrática un vector irrenunciable.
Euskadi necesita de diálogos y debates públicos en los que las descalificaciones sean sustituidas por argumentos de las partes en marcos de respeto mutuo. Se trata de que cada proyecto busque convencer desde la razón. No puede ser que bajos nivel de defensa del proyecto propio se contrapesen con discursos faltones y excluyentes.
Trátese a la ciudadanía como una realidad adulta. Realpolitik e idealismo representan dos mundos y dos enfoques que deben defenderse desde la claridad y el reconocimiento mutuo de que están ahí con vocación de permanencia.