Para alguien que no sea muy ducho en esto de la res publica, como es mi caso, el palique que se traen Rajoy y Puigdemont con la declaración de independencia de Catalunya resulta un galimatías, o dicho en lenguaje popular un diálogo de besugos. Es como una suma de incongruencias, de uno y otro lado, sin que de ello pueda extraerse una conclusión racional o inteligible. Después de la mucha expectacion estatal e internacional creada, Puigdemont salió con una independencia interruptus que duró solo ocho segundos, suspendiendo los efectos a fin de propiciar el diálogo y la intermediación. A la Moncloa, a la CUP, a la mitad de los ocupantes del paseo Lluís Companys, a los medios de comunicación y a las capitales europeas les dejó totalmente ofuscados. Rajoy, que para gallego él, tomó el guante y convocó para las 9.00 horas un Consejo de Ministros extraordinario. Debieron de debatir a fondo, la maniobra del president, pero deduzco que finalmente se rindieron. Entonces, Rajoy remitió a Puigdemont un acuerdo oficial en el que se le requiere para que “confirme si alguna autoridad de la Generalitat ha declarado la independencia o si su declaración del 10 de octubre implica la declaración de independencia al margen de si ésta se encuentra o no suspendida”. Este requerimiento es previo a cualquiera de las medidas que el Gobierno español pueda adoptar al amparo del artículo 155. Claro que también pudiera ser, cree algún infeliz, que la ignorancia del presidente español no se deba a cuestiones legales, sino simplemente a que veía El Chiringuito de Jugones, cuando Puigdemont hacía su declaración. Pero no se pierdan tampoco la respuesta del president: subió a Instagram una imagen en la que aparece un peón blanco ligeramente adelantado del resto, como cuando se inicia una partida, acompañada del icono de un reloj de arena y del hashtag #RepúblicaCatalana. Además, en Twitter publicó el siguiente mensaje: “Pides diálogo y te responden poniendo el 155 encima de la mesa. Entendido”. El lío continúa.
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