“Sin papeles” y con los bolsillos vacíos me quedé a principios de este mes de julio, un lluvioso sábado en que la playa no estaba para bromas. Todo el mundo, a hacer la compra en grandes espacios cubiertos. El barullo ayudaba a quien iba con certera intención de apropiarse de lo ajeno, y me tocó la contra-lotería: me robaron la cartera multiusos que, la verdad, no supe guardar como debía: allí estaban todos mis documentos de uso habitual. Tras el primer susto y el disgusto ante la seguridad de que me faltaba, sentí la extraña sensación de que me había convertido en una pobre “sin papeles”, es decir, nadie. ¿Para qué ir al mercado, a Kutxa, subir al autobús o comprar el pan? Lo que tuve que hacer fue comenzar, nerviosísima, a desactivar todos los elementos que pudieran ser aprovechados por terceras personas para tirar de mi dinero. ¡Pero si me faltaba también el móvil! Otro golpe. Me temblaban las piernas al seguir andando. Tras un penoso trajín taquillero, supe que la cosa podría ir para largo. Ya era un ente “sin papeles”, socialmente inexistente; daba igual que fuera autónoma o dependiente, enferma o sana, joven o anciana. ¿Era realmente persona? ¿Era libre?

En cuanto pude abrazarme con la serenidad, recordé quién soy, quiénes somos todos y todas las personas, y me puse a pensar en la que metió su mano en mi capazo mal cerrado y se llevó lo que pudo. Tal vez era alguien muy necesitado del dinero que yo llevaba para la compra; tal vez era víctima de grandes injusticias sociales y nadie le ayudaba; acaso era padre o madre de una familia que vivía en la calle? tal vez? En todo caso, era y es una hermana, un hermano, un igual a mí misma, con quien yo debo compartir lo que soy y lo que tengo. Nadie es ni más ni menos que otros por lo que posee o hace en la vida. Quien más da en el clavo de la sabiduría vital es el que sabe quién es, es decir un ser humano gratuitamente nacido de la energía divina (Dios), habitado y conducido por ella. Jesús de Nazaret le llamaba Padre y otras religiones le dicen Alá, Buda, etc. En el fondo, se trata de descubrir que “Dios es la única razón de nuestra existencia, la fuerza que lo hace todo y la única medida para todo”, en palabras de Romano Guardini. Razonamiento que puede aplicarse a cuanto nos sucede en la vida diaria, sea bueno, regular o desagradable. Lo maravilloso es creerlo, sentirlo, experimentarlo. “Con papeles” o sin ellos.