el hombre es un lobo para el hombre, aseveró Hobbes. Se van a cumplir ya seis años desde que se iniciara la que hasta el momento parece inacabable guerra de Siria,
Al principio, al igual que en Túnez, Egipto y Libia, la conflagración pareció una revolución contra el régimen del presidente sirio, el sátrapa Bashar Al Asad, quien, al verse en peligro, recurrió a sus, digamos, aliados regionales, Irán e Hizbulá, en gran medida, y en menor Siria.
Pero todo se complicó cuando entraron en escena las potencias internacionales: tanto Rusia, el eterno mecenas de Siria y, por otra, la coalición internacional liderada por los inasequibles al desaliento EEUU, seguidos del Reino Unido y Francia, con la inestimable ayuda de Arabia Saudí, Catar y Emiratos Árabes. Para completar el explosivo cóctel descrito emergió el Frente Islámico, llevándose por delante todo lo que se moviera, fueran tirios o troyanos.
¿Ganadores? Como en la mayoría de las guerras, nadie. ¿Perdedores? Para variar, la población civil. Aproximadamente, 500.000 muertos y cinco millones de huídos, la mayoría de ellos mujeres y niños, víctimas a su vez de mafias que, a precio de oro, son obligados a embarcar en pateras cochambrosas, con el fatal destino de fenecer en muchas ocasiones en el mar Mediterráneo o mare mortum. Y, tristemente, la génesis de toda esta tragedia se halla en intereses estratégicos y comerciales. La miseria humana no tiene límites.