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La reversión de las autopistas

El Gobierno, en un alarde de semántica, ha informado que los tribunales han fallado ordenando el proceso de reversión, no rescate, de varias autopistas ruinosas. En el discurso de inauguración Aznar manifestaba eufórico: “Estas autopistas marcarán un antes y un después en la modernización de las comunicaciones en España”.

El nuevo ministro de Fomento, en su primera intervención pública, aclara tembloroso: “No se trata de un rescate, es la reversión, en cumplimiento de una sentencia”. Pues menos mal que no es un rescate, es reversión; aunque condena al Gobierno a hacerse cargo de las autopistas porque las compañías explotadoras, que también las construyeron y obtuvieron jugosos beneficios, se hallan en bancarrota. Los argumentos rozan el esperpento, pues aducen que se previeron expropiaciones por menos de 400 millones y se han disparado a más de 2.500 millones. Que las previsiones de tráfico no se han cumplido, pues no llega al 50%. El contrato suscrito entre las constructoras y el gobierno debió ser firmado por enemigos de España, en vista de las condiciones leoninas impuestas al Estado. Ahora se pagará con fondos públicos una cifra intencionadamente difusa, entre 3.000 y 5.500 millones de euros. Ana Pastor, la considerada eficaz ministra de Fomento a la sazón, en rueda de prensa declaraba al firmar el contrato: “Todo el proceso de construcción y explotación no costará a las arcas públicas ni un euro”. En premio, Rajoy le ha elevado a la Presidencia de las Cortes. Pero es sólo un detalle, pues tenemos aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, líneas de TAV sin trenes. Como dice un celebérrimo tertuliano del pesebre, “para que los mejores tengan aliciente para ser ministros y abandonen sus trabajos civiles hay que retribuirles bien, si no, tendremos sólo mediocres”. Pues todos son números uno y, a pesar de su ciencia y de que se ocultan sus errores y mentiras, somos considerados internacionalmente el “paraíso de pícaros graciosos y corruptos que sueñan que aún tienen el imperio”. Así nos alababa recientemente una revista belga. No nos perdonan que ocupáramos Flandes.