Estamos en el fin de las certezas y en la era de las incertidumbres. Sin embargo, el aparente progresismo moderno infunde una impresión atractiva de libertad total. Predica un relativismo a ultranza cuyo único dogma es que no existen dogmas, imponiendo una visión hegemónica del mundo que todos acatan como una fe mesiánica. En esta nueva religión, el bien y el mal no existen. Es éticamente bueno, lo estadísticamente vigente. Depende simplemente de unos votos. Se puede torturar a un reo o eliminar a 120.000 seres no nacidos si así lo decide la mayoría. Al final, va perdiendo dignidad el ser humano. Sin Dios viviremos mejor es, al día de la fecha, un pronóstico pendiente de confirmación. No sé quién dijo que una civilización no es conquistada desde fuera hasta que se ha destruido a sí misma desde dentro, cuando se apostata de la religión que la fundó. Así lo creo. En todo caso, ¡feliz Navidad! y, si algún devoto del Dios Apolo lo prefiere, ¡feliz solsticio de invierno! que, según la mitología romana, nació en estas fechas.
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