No me lea si se siente cómodo en aquella fe de niño. Pero a ningún experto se le oculta hoy que los relatos evangélicos son teológicos más que históricos y, si nos centramos en los de la infancia, hay que verlos como míticos. En una palabra, ahora nos dicen que Jesús no nació en Belén y que tampoco es verdad lo de la estrella, los pastores y los magos. ¡Un escándalo para los conservadores! El niño que ahora nace nos tiene que explicar otra vez a qué ha venido. Desde el Olimpo de los dioses griegos y romanos se tardó cinco siglos en definir, y mal, la figura de Jesús. Que si es Dios, que si es hombre, que si es Dios y hombre. ¿Qué Dios pudo inspirar a aquellos hombres? ¿Qué nos puede aportar saber si es o no es Dios? ¿Acaso sabemos cómo es Dios? ¿Resolverá eso algo? Jesús ni siquiera se lo planteó. Solamente nos trasladó la primera sensación que tuvo de niño. Empezó sintiendo frío, luego hambre, también dolores de tripas, incómodo cuando se sentía sucio y aprendió también a llorar y solamente el pecho caliente de su madre era capaz de eliminar aquellos males. Ya de mayor se limitó a hacer el papel que aprendió de su madre. Pendiente siempre del dolor de los hombres, curaba todo tipo de males. Creó un estilo de vida adaptable a todas las religiones. Todo lo hizo así de sencillo, de manera que lo entendiésemos todos. Y es lo único que nos dejó. Un modelo de vida rayando lo divino de tan humano que es.