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Godot, Vladimiro y Estragón

Samuel Beckett escribió su obra más célebre Esperando a Godot, en menos de cuatro meses, entre principios de 1948 y enero de 1949. Sin embargo, tuvieron que pasar cuatro años hasta que se estrenó en el Théatre de Babylone de París. A pesar de los años transcurridos, Godot sigue siendo una de las obras de teatro más discutidas de la historia, con un número muy semejante de detractores y de admiradores. Vladimiro y Estragón, los dos vagabundos nacidos de la pluma de Beckett, siguen esperando a Godot. No sabemos quiénes son, ni dónde están, o cuánto tiempo llevan, ni sobre todo cuánto tiempo piensan esperar. El tiempo, los silencios, las repeticiones de vocablos parecen formar parte de una tremenda confabulación que lleva al absurdo y al desconcierto general del espectador. Los dos actos de la obra se ven interrumpidos por la llegada de Lucky y Pozzo, sordo y mudo respectivamente, y niño, que es un mensajero de Godot aunque en realidad no tiene ningún mensaje que transmitir. Es la crónica de un vacío, de una historia que no tiene ningún propósito. El epílogo de la obra es un magnífico resumen de toda ella. Vladimiro dice: “Bueno, ¿nos vamos?”. Estragón responde: “Sí, vámonos”. (Ninguno de los dos se mueve). A mí me ha parecido estos días que Sánchez, Iglesias y Rivera han decidido pasarse a la farándula y están interpretando precisamente la obra de Samuel Beckett. Yo todo lo que les veo hacer se me antoja perfectamente absurdo, incomprensible, delirante, y ya no quiero referirme a sus diálogos. Cada vez se aproximan más a la nada política, a un agujero negro donde no hay nada, ni tampoco se espera nada. Lo más absurdo de esa historia es que Mariano Rajoy, sordo y mudo, se esfuerza en ponerles la alfombra roja para que les resulte más cómodo llegar a un acuerdo. Pero nuestros Vladimiros, Estragones y Godot son mucho más torpes que los personajes de Beckett. No son héroes, tal vez solo cómicos. Por eso, el resultado es tan deprimente. Lo peor es que han venido a Euskadi a dar lecciones.