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Homogeneización cultural y desgajamiento social

Nadie ignora que estamos viviendo simultáneamente muchos procesos colectivos de agregación y de fragmentación, como consecuencia de una rápida reordenación de las relaciones económicas, geopolíticas y culturales, que se van produciendo en distintas regiones y territorios del mundo.

Por una parte, los fenómenos de agregación como la globalización económica, que arrastra a otros procesos de acuerdos comerciales y fusiones de grandes empresas, alejando los puntos de decisión de los ámbitos locales afectados. Por otra, los procesos identitarios como respuesta a lo anterior, a la pérdida de personalidad local y a la preservación de modos de ser, culturas y formas específicas de vida. Este fenómeno dual es inherente a la evolución de las sociedades humanas, que se materializa en conflictos de distinta naturaleza. Estos, según su virulencia, pueden desembocar en guerras étnicas unas veces, otras en apropiaciones de recursos o territorios de interés, y otras en la marginación -no tan visible- de unos colectivos frente a otros.

Los conflictos se producen unas veces por choques culturales entre colectivos de muy escasa capacidad de adaptación, otras se fundamentan en una gran inequidad en la distribución de prerrogativas y poder de unas elites frente a otros colectivos, y en otros casos por la reivindicación histórica sobre la propiedad de los recursos naturales de valor económico. La mezcla de las distintas combinaciones posibles -en tipo e intensidad- deviene explosiva, y da lugar a tensiones que generan separaciones, desgajamientos, expulsiones, violencia étnica y guerras, y se sitúan los conflictos en niveles familiares, locales, judiciales, políticos y geográficos, o en todos ellos simultáneamente.

Los procesos de integración son más escasos que los de desgajamiento y ocurren después de las guerras con anexiones territoriales de los vencedores. Estas agregaciones forzadas han sido más territoriales que culturales, y mantienen graves tensiones durante tiempo en forma visible o latente. Los auténticos procesos de integración son las recuperaciones de conflictos que van sanando lentamente. En su recorrido crean un mayor nivel de capacidad de convivencia y respeto entre los afectados, combinando ese difícil espacio de recuperación personal y colectiva.

Hay otros desgajamientos territoriales, que suelen activarse cuando hay una concentración de recursos en zonas muy específicas, de cuya explotación se derivan beneficios económicos locales. Si no es éste el caso y si los desgajamientos no tienen una base sociocultural sólida, son más proclives a crear problemas en su despliegue que a cosechar ventajas. Las interconexiones de los sistemas económicos, empresariales, políticos, educativos, de transporte y de intercambios de productos y servicios, entre territorios, son muy densas. La interdependencia es cada vez mayor. Romper en parte y coser de nuevo, es un reto de gran magnitud, y debe estar bien justificado por otros beneficios muy superiores, aportando un modelo sociocultural diferenciado y con claras ventajas de futuro.

Intentar ser distinto para hacer las cosas igual, -o muy parecidas-, no merece la pena. Si los motivos son principalmente económicos o de desequilibrio en las relaciones de poder, el camino es la negociación en el ámbito de lo político. Es una tarea lenta, compleja y creativa, necesitada de hilar costosas relaciones, y es el trabajo fundamental de la política. El ganador a la larga será quien aporte iniciativas más abiertas, dialogantes y orientadas al futuro. El perdedor será quien se cierre al diálogo, o quien extreme posiciones creyendo que acrecentando el conflicto saldrá ganando. Esta última actitud puede estar creciendo en ambas partes, con lo que el conflicto solo puede perjudicar -y mucho- a los dos y a sus representados.

Pero en este difícil diálogo no vale decir que la diversidad de culturas o modelos es una riqueza, como tanto se oye. Es puro eufemismo, si no se está dispuesto a cooperar y construir cosas nuevas entre ambos. La cooperación se beneficia de la diversidad, solo si hay voluntad expresa de querer evolucionar en ambas partes. En caso contrario -para el inmovilismo mutuo- la diversidad es un obstáculo.

Pero seamos conscientes de que hay otros desgajamientos, que ya están aquí y que no tienen por qué ser tan visibles como los territoriales o migratorios. Son los sociales, y ocurren calladamente dentro de un territorio o de muchos parecidos a la vez. La crisis y la poscrisis están siendo un proceso sostenido de homogeneización cultural y desgajamiento económico-social. Este proceso continúa creciendo y asentando normas, a pesar del crecimiento del PIB. Conduce a un gran desgajamiento en la capacidad económica y de oportunidades de desarrollo profesional y social de muchas personas. Las distancias han crecido en los beneficios, distanciando los salarios de unos y otros, en un proceso generalizado de empeoramiento de las condiciones de trabajo, de las oportunidades de desarrollo personal. Cuestiones como la inadecuación del consumo a los retos de sostenibilidad, la autonomía para independizarse de la familia, el desempleo juvenil o la formación intensiva como vía para el progreso están sin enfocar. Es una falacia argumentar que todos somos iguales, para combatir el desgajamiento territorial, y por otro lado impulsar políticas de auténtico desgajamiento económico, personal y social.

La cultura común -en esta homogeneización cultural- que se fomenta y actúa como sustrato del desgajamiento social es la de un individualismo consumista. Este comportamiento reduce sustancialmente los modos colectivos y comunitarios de resolución y gestión de recursos y problemas. Descansa el futuro en la economía de mercado y en el estado del bienestar como pilares de la organización social a la que aspiramos. Y a nivel de la actitud personal este modelo prescribe el éxito sin esfuerzo, el valorar lo inmediato, la infravaloración de la ciencia y la cultura como recursos, reduce la tolerancia a la frustración, y no fomenta ni educa en la resolución amistosa de conflictos, ni en la negociación inteligente vía cooperación.

Pero esto ha ocurrido y está ocurriendo a gran escala en todos los territorios, a través de políticas generadas desde los organismos públicos y privados, en unos algo más que en otros, sin que a este desgajamiento social interno se le preste la atención debida. La dualidad de desgajamientos, uno territorial -el visible- del que se pregunta en las urnas, y el otro que se da por hecho sin preguntar a nadie, reavivará las condiciones para que aumenten el número, intensidad y tipo de conflictos. Estos han de ocurrir en cualquier caso, pero deberíamos ser conscientes de que tal vez no tengamos aún la suficiente habilidad para enfrentarnos a varios cambios a la vez, y que hay una prioridad evidente en la resolución del desgajamiento social.

Nuestras capacidades a todos los niveles, -individuales y de grupos-, para buscar caminos de acuerdos entre posiciones distantes, son aún muy bajas. Estamos enseñados a competir y culpar al otro, y así nos lo muestran quienes dirigen. El reto colectivo que se nos plantea hoy es detener y resolver el desgajamiento social, como lo fue en otras épocas ya pasadas el logro de un gobierno por un sistema de partidos, motivo de unión en la transición. Hoy el problema, como las malas enfermedades, es más distribuido e invisible, está por dentro y crece.

Trabajar para detener y reducir el crecimiento del desgajamiento social interno debería ser el propósito de todas las organizaciones públicas y privadas de un país, y contribuir de forma conjunta a mitigar el problema del desgajamiento social externo, a través del desarrollo local y cultural propio de otros pueblos remotos. Nuestro crecimiento en actividad económica está construido sobre una homogeneización cultural y un desgajamiento económico que ha sustituido a la imposible depreciación. Esta es una respuesta carente de políticas a largo plazo que tiendan aumentar la responsabilidad individual de lo colectivo y la responsabilidad colectiva de lo individual. No olvidemos que estas políticas de largo plazo debieran ser el núcleo del debate de lo público, y que la formación y experiencias vitales de los más jóvenes en la responsabilidad colectiva son -desde ya- imprescindibles. Sobre ellos caerá y recaerá el dibujo deseable y real de los modelos y conflictos sociales del futuro.

Es una falacia argumentar que todos somos iguales para combatir el desgajamiento territorial y, por otro lado, impulsar políticas de auténtico desgajamiento económico, personal y social

Estamos enseñados a competir y culpar al otro, y así nos lo muestran quienes dirigen. El reto colectivo que se nos plantea hoy es detener y resolver el desgajamiento social