A poco más de cuarenta días de las elecciones del 27 de septiembre, todos los escenarios políticos en Catalunya están abiertos. Las ofertas electorales no son más que tres. Una, independentista, Junts pel sí (Juntos por el sí) -de la que llega realmente la convocatoria- y a la que cabe sumar las CUP desde la izquierda radical.

junts pel sí entiende que se trata de realizar el referéndum que se intentó desarrollar por todos los caminos posibles ante la negativa pertinaz del Gobierno y las Cortes españolas.

Si obtiene una respuesta mayoritaria, si los catalanes le dan el carácter plebiscitario esperado, legitimada ya por las urnas, Catalunya echará a andar el difícil camino de la secesión, paralelo al de un proceso constituyente, intentado la negociación con el Estado español y Europa. Hasta que pueda convocar, ya fuera de la legalidad española, el referéndum definitivo. Todo está mucho más preparado de lo que se pueda creer y saber. Pero falta conseguir la mayoría.

El relativo triunfo electoral de Barcelona en Comú en las últimas elecciones municipales les ha dado fuelle, aunque Ada Colau sólo consiguiera el 15% del censo y el 25% de los votos emitidos.

Aunque no reconocen el carácter plebiscitario de la consulta, ambiguos e indecisos en relación al debate independentista -estarían cómodos en seguir indefinidamente en el “derecho a decidir”, pero sin ejercerlo nunca-, también ellos quieren convertir las elecciones en un plebiscito: el de la izquierda contra la derecha. Y quizá más concretamente en un plebiscito contra Artur Mas, a quién demonizan cada vez que abren la boca, y que les sirve para dibujar a su adversario “en común”.

Se trata, en el caso de esta candidatura, de un nuevo actor con el que el soberanismo no contaba tan solo un año atrás y que dibuja un futuro más complejo en el proceso hacia la independencia.

Aunque insisten hasta la saciedad en negar el carácter plebiscitario de las elecciones del 27-S, en realidad son los que están asegurando que se lean de esta forma. No sólo porque si tuvieran mayoría sin duda lo harían, sino porque su campaña de ataque frontal al soberanismo así lo hace ver.

No parece que sus estrategias sumen entre ellas, sino que restan. Lo que gane C’s lo perderá el PP. Lo que consiga el PSC, no lo tendrá C’s. Y lo que quede para UDC, si queda algo, no lo sumará ninguno de los demás.

Dada la excepcionalidad de la convocatoria electoral, ningún pronóstico es creíble. Ni las encuestas, ni los análisis, ni las intuiciones. Puede afirmarse que si todos los que votaron sí-sí en la consulta participativa del 9-N repitieran, con una abstención de un 30%, el voto soberanista podría llegar al 55%. Pero se trata de dos momentos distintos, con actores nuevos y bajo otras presiones. No deja de ser otra especulación.

Y en caso de un Parlament sin ninguna mayoría suficiente para gobernar, la única salida serían unas nuevas elecciones, ya después de las generales españolas y de carácter por ahora inimaginable.

No sabemos si el soberanismo en Catalunya tiene mayoría absoluta, pero sabemos que es mayoritario. No sabemos, tampoco, si el 27-S el soberanismo va a resistir la aversión al riesgo habitual en este tipo de situaciones decisivas, pero sabemos que hasta ahora, todos los que lo han dado por acabado, se han equivocado.

En cambio, sí puede darse por descontado que si no se gana, no habrá una salida razonable para una expectativa tan alta. No va a ser posible un modelo fiscal como el vasco. Cualquier reforma constitucional va a acabar como el Estatut de 2006: con un retroceso competencial, gobierne quien gobierne en España.

En definitiva, el 27-S se presenta como un punto verdaderamente decisivo en la historia política de Cataluña y de España. Pero, si se consigue la mayoría necesaria, la máxima dificultad -pero también el momento políticamente más apasionante y creativo-, va a llegar al día siguiente, el 28-S.

Si no se gana, no habrá una salida razonable para una expectativa tan alta. Cualquier reforma constitucional va a acabar como el Estatut de 2006: con un retroceso competencial.