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La piel del erizo

los erinacinos, conocidos vulgarmente por erizos, no son seres muy sociales. En cuanto escuchan un sonido diferente o perciben una presencia que les resulta extraña, se enrollan en sí mismos formando una bola de púas. Tampoco son comunicativos, ni ladran, ni aúllan, ni rebuznan, ni relinchan, ni barritan, solo se limitan a gruñir. Su vida es sedentaria, y se conforman con repetir sus hábitos durante su corta vida, de cuatro o cinco años. No les interesan los demás, solo los insectos que son su menú preferido. Dicen los zoólogos, que es una especie que prácticamente no ha evolucionado en los últimos quince millones de años.

Hay personas y organizaciones políticas que tienden al hermetismo, a la misantropía, son anacoretas enclaustrados en sus propias ideas, en su propio estilo de vida, aprisionados en las mismas convicciones y enredados en sus contradicciones sin tolerar intercambio de opciones, o diálogos que pudieran enriquecerles. Todos los demás son enemigos, o por lo menos antagonistas. Seres mezquinos, que quieren hurtarles su mísera comida sin darse cuenta de que los árboles están llenos de frutos, y los campos de verduras. Esta realidad es todavía más cruda en campaña electoral. Algunos candidatos hablan sin parar de los intereses de los ciudadanos, de sus necesidades, de sus problemas laborales y económicos. Recorren los pueblos envueltos en banderas llamativas, vociferando y prometiendo patrias, pero se olvidan de escuchar. En realidad, cuando alguien les critica o discrepa, se transforman en una bola de púas que impide cualquier aportación Esgrimen su piel de erizo para imponer sus ideas, y sus fórmulas de entender la sociedad; para implantar sus sistemas de recogida de residuos, escarbando ridículamente en las bolsas de basura para multar a quienes discrepan; y hasta para dictar de manera unilateral las vías de paz y convivencia. Las próximas elecciones pueden ser una gran oportunidad de dar un descanso al erizo.